Las familias numerosas proponen
retrasar una hora el reloj para, de esa guisa, poder conciliar mejor sus
tareas. Hombre, ya puestos, también se le puede pedir a Mariano Rajoy que mueva
el meridiano de Greenwich, que a fin de cuentas sólo es una línea imaginaria.
No es lo mismo comer a la hora de Londres que a la hora de Madrid, por mucho
que ese meridiano pase también por Caspe. Y ya puestos, que se coloque un reloj
de sol en el espacio que ocupa el conocido como Reloj de Gobernación, el que da
las campanadas de Nochevieja en Madrid, gemelo de otro que existe en el Arsenal
de Cartagena, donado en 1866 por el leonés de Iruela exiliado en
Londres José Rodríguez Losada, que no se llamaba Losada de segundo apellido
sino Conejero. El reloj de sol tiene un inconveniente y a la vez una ventaja, o
sea, por la noche no sirve para saber la hora,
pero la gente tampoco se atraganta con las uvas. En su “Historia de la Puerta del Sol”, Ramón
Gómez de la Serna
dejó escrito lo siguiente: “En los años de la guerra ha habido un cambio de
hora arbitrario, avanzando en el invierno una hora más al día. El primer año,
sobre todo, la fuerza de la mudanza de la hora fue algo extraordinario, pues se
llenó la Puerta
del Sol y todos con el reloj en la mano esperaron a que la manilla avanzase
loca, inconcebible, absurda, hacia una hora falsa. Hubo alguien que llevó un
reloj despertador, y otro un reloj de despacho, y subiéndose a una escalera con
él, lo puso en hora entre la chacota de la gente”. Todo es posible en la Puerta del Sol. Si se ha
podido cambiar de fachada el anuncio luminoso de “Tío Pepe” y abrir la gran
boca del “metro”, también se puede
modificar la hora para dar satisfacción
a la propuesta de las familias numerosas. Lo de mover el meridiano de Greenwich
parece más complicado, salvo que nos revolquemos en el merengue de otra batalla
de Trafalgar. No trae cuenta.
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