Al final de su artículo de hoy en
“República.es”, José Oneto señala: “Las tribulaciones españolas han sido
etiquetadas como crisis económica, crisis inmobiliaria, crisis bancaria y
crisis de la deuda. Son un compendio de todas ellas. Pero España, avanza
también hacia una crisis institucional”. Y un poco más arriba, este periodista
entiende que “a medida que se erosiona la confianza en el Gobierno del país,
también lo hace el funcionamiento de sus instituciones.” El tema Urdangarín, el
asunto Bárcenas y el caso Gürtel, donde presuntamente está involucrado el
exalcalde de Pozuelo Luis Sepúlveda, marido de la ministra Ana Mato hasta 2007,
año en el que pidió su separación, han sido tres cargas de profundidad que han
dejado tocados no sólo al Partido Popular sino también a los cimientos del
Estado. Urdangarín recurre la fianza impuesta por el juez Castro argumentando
que se vería abocado a un “injusto
empobrecimiento”; Bárcenas mantiene que la letra de los papeles en poder de “El
País” no es suya; y Ana Mato guarda un silencio sepulcral ante la prensa y, sorprendentemente,
asegura que estuvo casada hasta el año 2000. Ana Mato, que está en posesión de la Medalla al Mérito de las
Telecomunicaciones, parece estar convencida de ser capaz de navegar a la
velocidad de la luz y que el tiempo para ella transcurre más lento. Eso
explicaría el perfecto manejo de la moviola en lo referente a su estado civil. Está claro que en los tres casos señalados se
pretende marear la perdiz. Estos presuntos corruptos lo niegan todo por ver “si
cuela”, aprovechando que el Bernesga pasa por León y que los españoles estamos
perdiendo fuelle intelectual al clareársenos la raspa y estar desnutridos por
las cuatro crisis señaladas por Oneto.
Si no, no se explica. Ya sólo faltaría, Dios no lo quiera, que se
descubriese que algún juez o algún fiscal hubiesen cobrado de los fondos
reservados. Eso ya sería como para apearse en marcha. De cualquier forma, yo
también vengo observando que España avanza hacia una crisis institucional de
forma galopante y que Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, no hace mucho por
evitarlo. Su silencio ante la prensa y la ausencia de explicaciones en el
Congreso de los Diputados, ponen de manifiesto su carácter pusilánime. Se pone de
perfil ante los problemas en la creencia de que así los salva. Utiliza en
política la suerte de don Tancredo,
que era un lance taurino consistente en que un tipo esperaba al toro a la
salida de chiqueros, pintado de blanco y subido sobre un pedestal situado en
mitad de la plaza. El mérito consistía en quedarse inmóvil, abrigando la
esperanza de que el toro lo confundiera con una estatua de mármol y pasara de
largo sin embestir. Es un cirujano que se encoje a la hora de usar el bisturí y
extirpar el tumor. Teme que el paciente, ya listo para ser operado, pille un
catarro por el frío reinante en los quirófanos. Y recogiendo los bártulos, en
ese caso el escalpelo y las pinzas, decide darle el alta médica y mandarlo a
casa con una caja de “couldina” en el bolsillo por si las moscas.
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