Ahora cuenta Luis Bárcenas que el
libro de cuentas no es suyo y que su caligrafía tampoco. En consecuencia, si
hacemos caso al extesorero del PP, se trata de un documento apócrifo,
indebidamente atribuido a éste; o sea, algo parecido al Evangelio de Santo
Tomás, cuya autoría se desconoce, o El
Libro de la Sabiduría,
que tampoco parece haber sido escrito por Salomón. Dejémoslo estar. No la
toquemos más, que así es la rosa. El libro de cuentas que se atribuye a
Bárcenas digamos que es anónimo, como el Lazarillo de Tormes, escrito en
primera persona y con carácter epistolar, o el Cantar de Mío Cid, donde se
relatan hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos
años de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar. Los libros de teneduría contable, en
cualquier caso, siempre merecen respeto, no por los apuntes que puedan contener,
que también, sino por su encuadernación, la calidad del papel y la simpleza de
su rayadillo. Una parte de las “Memorias” de don Manuel Azaña (aquellos “Diarios”
que incluyen parte de los años 1932-33, robados a Cipriano Rivas en el
Consulado General de Ginebra por el diplomático Antonio Espinosa Sanmartín y
más tarde enviados a Franco) eran “cuadernos comerciales de los llamados
diarios, de cuatrocientas páginas foliadas, con divisorias y casilleros para
los arqueos, de cubierta negra, imitando a piel, conteras y lomo amarillo
claro”, según la exacta descripción que hizo de aquellos “Cuadernos” el
sinvergüenza Joaquín Arrarás (“Memorias íntimas de Azaña”. Ediciones Españolas,
Madrid, 1939. p. 30) y recogidos en su Introducción a “Los cuadernos robados”
por Santos Juliá (Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1997, p.IX, como nota al pie).
Sostiene Bárcenas que “alguna
persona que ha tenido acceso a la contabilidad del partido ha estado colaborando con este
montaje”. En fin,
creo que la mejor solución es que Bárcenas se acerque al plató de Telecinco a
la caída de la tarde y se someta al polígrafo de “Sálvame Deluxe”, por el que
supongo que ya habrán pasado Kiko Matamoros, Belén Esteban, Miriam, Pipi, Mila
Ximénez, Lydia Lozano, Karmele y el resto de la panda que controla Jorge Javier
Vázquez unos días y Terelu Campos otros, donde hablan todos a la vez mientras
comen sin ahogarse, gritan y se despellejan por mor de la audiencia. Son
rimbombantes epopeyas que observamos en batín y zapatillas y en las que la
sangre nunca llega al río.
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