De niños, recuerdo, nos preguntaba el maestro si
considerábamos los educandos igual, o no, medio metro
cuadrado que la mitad de un metro cuadrado; o cuál era la cima más alta de
España; o cuál era el río más largo de la Península; o a cuánto equivalía la mitad de medio
duro (moneda de 5 pesetas), etcétera. Eran preguntas con trampa. No era igual
responder Teide que Mulhacén, ni Ebro que Tajo, etcétera. Pues bien, leo en Heraldo de Aragón la acertada respuesta
que un alumno de 7 años que no entendió a su profesor. El trabajo consistía en
dar respuesta por escrito a la pregunta siguiente: “Escribe con cifra los siguientes números: diez, noventa y ocho,
ochenta y uno, sesenta y seis; treinta”. Respuesta del alumno: 11, 99, 82,
67 y 31. El profesor entendió que el alumno no había dado una en el clavo y le
puso dos rayas rojas cruzadas sobre su trabajo. Su padre, Ignacio Bárcena, lo puso en Twitter
señalando: “Yo creo que quien no lo ha
entendido bien es el profe”. Y, a mi entender, el padre tenía razón. El
niño había seguido literalmente las instrucciones de su maestro. Y escribió “los siguientes números”. No conozco al
muchacho, pero entiendo que merece la máxima nota en ese examen. Cosa diferente
es que el maestro hubiese dicho: “Escribe
con cifras estos cardinales...”. Y aquí aprovecho para decir, y
así lo he comprobado en demasiadas ocasiones, que muchos redactores de prensa no saben escribir
determinados ordinales. Y que otros confunden los ordinales con los partitivos;
no mantienen bien la concordancia de “un”, “una” en los cardinales compuestos,
verbigracia: veintiún países, veintiuna naciones; ni manejan
acertadamente el numeral distributivo “sendos”;
etcétera. Ello se soluciona consultando el léxico cuando se desee conocer la
grafía. Para eso se crearon los “manuales de estilo”.
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