En tiempos de Alfonso
XIII, en Palacio se recibían cajas de anís
del Mono. Como todavía reza en la etiqueta de las botellas de Vicente Bosch, ese licorero era “proveedor de la
Casa Real”. Pues bien, ahora me entero de
que a La Zarzuela
entran pedidos de cajas de kombucha. Al menos eso cuenta El Español. Se trata de “una bebida healthy que llenan las neveras de las celebrities americanas y que la consorte real probó por primera vez
el pasado mes de agosto en uno de sus restaurantes favoritos de Madrid, Mama Campo”. Al parecer, se trata -según
sigue contando ese periódico digital- de un té fermentado que produce adicción
y que está de moda entre las mujeres californianas. Fue en un viaje a París,
cuando a Vicente Bosch le fascinó el
vidrio de un frasco de perfume con relieves romboédricos que regaló a su mujer.
Tras pedir al perfumista los derechos del envase, en 1902 lo registraba poniendo
la famosa etiqueta con el simio, obra de Ramón
Casas. El anís del Mono cuenta
con una estatua en el paseo marítimo de Badalona desde 2012. Sobre el té
kombucha poco puedo contar, salvo que su preparación es sencilla. Se trata de
un té endulzado con levaduras Scoby
que le proporciona un sabor como a vinagre de manzanas. No es una novedad. Ya
se usaba en el año 221 a.C.,
durante la dinastía china Tsin. Entonces
le llamaban té de la inmortalidad. Se
le atribuyen importantes beneficios para la salud por su poder antioxidante y
depurativo. Qué quieren que les diga, allá cada uno con sus manías.
Personalmente prefiero echarme al coleto una copita de anís del Mono después de comer. Se me antoja digestivo y con un
retrogusto digno de los mejores paladares. Además de ello, estoy convencido de que cada pequeño
sorbo disipa el espectro de la impotencia.
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