Este es un país donde hay individuos que siempre van de
gorra: en el teatro, en el tren... Otros viven a la gorra, es decir, mostrando
su talento en la calle y pasando el platillo a los presentes para poder
sobrellevar los azares de la existente crisis. Por estos pagos de
Carpetovetonia se sueña con un Gobierno,
el que sea, que nos rebaje el recibo de la luz mediante acuerdos con las
compañías eléctricas; el del teléfono, con convenios con las compañías
operadoras; la compra de coches utilitarios o electrodomésticos mediante
un oportuno plan “Renove”, etcétera. Recuerdo que siendo niño, cuando montaba con
mis padres en el tren y echábamos el día entero para recorrer apenas doscientos
kilómetros, me recalcaban que dijese al revisor, si éste me lo preguntaba, que
todavía tenía seis años. A los siete era necesario pagar el importe de medio
billete. Y cuando aparecía el revisor por nuestro compartimento, mi padre le
enseñaba los billetes y una cartilla con tapas de cartoné, que no era cosa distinta
a un documento donde se certificaba que formábamos “familia numerosa”, por el que quedaba justificado un veinte por
ciento de descuento. Cuando el revisor me preguntaba la edad, yo le respondía
que tenía seis años y que todavía no había hecho la primera comunión. El
revisor fruncía el ceño y ahí quedaba la cosa. Otros pasajeros le enseñaban un “kilométrico”
por tratarse de empleados de Renfe. En definitiva, el billete completo no lo
pagaba casi ningún viajero. Algo parecido a lo que aquí describo exponía en un
artículo Julio Camba: “Consideren
ustedes que, si un cincuenta por ciento de los viajeros circulan gratis por
nuestras líneas ferroviarias, no lo hacen jamás a expensas de las compañías
–una compañía de ferrocarriles no es una institución filantrópica--, sino a
expensas del otro cincuenta por ciento. Es decir, que al tomar mañana un
billete, pongamos por caso, de Madrid a Irún, más que un billete yo vendré,
realmente, a tomar dos: uno para mí y el otro para un señor indeterminado cuyos
gastos de transporte correrán ese día por mi cuenta. El español no viaja nunca
solo, y por eso le cuesta tan caro viajar”.
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