A mi entender, va a resultar difícil ver la foto de Rajoy y Puigdemont sentados en la Moncloa fumando la pipa de la paz. Eso constituiría un hecho tan histórico como el Abrazo de Vergara. Además, ya muy poca
gente fuma en pipa. Fumar la pipa de la paz
fue un ritual en algunas tribus de
América del Norte, haciendo uso del denominado calumet para sellar
acuerdos entre tribus o individuos. José
Manuel Arija, periodista fallecido en 1995, dejó escrito (Cambio 16, núm. 532, p. 93) que las
mejores pipas eran las de brezo, de la variedad “Erica Arbórea”. También las más duraderas. Contaba que los
admiradores de Napoleón comenzaron a
peregrinar a Córcega a mediados del siglo XIX para visitar su lugar
de nacimiento y que a alguien se le ocurrió
la idea de confeccionar pipas-recuerdo hechas con los arbustos que rodeaban
aquella zona de la isla. Y Arija señalaba que para la fabricación de esas pipas
se requiere hasta 50 operaciones diferentes: “La cepa se trocea en ‘esbozos’,
se seleccionan los válidos y son arrojados a calderos de cobre donde hierven
durante más de veinticuatro horas a fin de endurecer la fibra y eliminar el
tanino. Luego se dejan curar en secaderos muy ventilados durante varios meses.
Pasado ese tiempo, vuelve a realizarse una selección, atendiendo a la
perfección del veteado, clasificándolo ya por categorías. Y aquí empiezan las
diferentes operaciones mecánicas: torneado, pulido, etcétera”. Y esas pipas, ya
en la tienda y dispuestas a la venta, pueden ser naturales, barnizadas, rústicas o arenadas. Arija aconsejaba adquirir la pipa natural, porque así se evitará comprar gato por liebre.
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