El tema del primero de octubre, que en tiempos de Franco conmemoraba la exaltación a la Jefatura del Estado de
ese sátrapa, ha servido ahora para comprobar, entre otras muchas cosas, el
número de energúmenos y fascistas que hay por metro cuadrado en Carpetovetonia.
A éstos les sucede como a los cofrades, que cualquier motivo es bueno para
procesionar por las calles, darle a la murga con los tambores, quemar cirios y
vestirse de no sabemos qué. Los fascistas no son muchos, pero cunden. Y en los
balcones, algunos ciudadanos colocaron banderas rojas y amarillas, compradas en
los chinos, a modo de colgaduras. Con esos detalles patrióticos, algunos tratan
de demostrar a los viandantes que son más parpetovetónicos que nadie. Suele
tratarse de los mismos tipos que colocan lucecitas por Navidad, también
compradas a los chinos, sin temor al garrampón y al cortocircuito. Este es un
país, como decía Manuel Martín
Ferrand, más dado a los fastos que a
la eficacia. Y esperen, que la cosa no ha hecho más que empezar. Aquí, en
Zaragoza, que es la ciudad donde vivo, todavía faltan las fiestas pilaristas, con una ofrenda de flores
interminable que aburre a las ovejas y un rosario de cristal por las calles del
centro plagado de faroles con escudos fachas. Ya sólo falta un cura que al estilo de Patrick Peyton remate el bucle del fervorín y de la estulticia
patriotera implorando lluvia. Jiménez
Losantos, con el que casi nunca estoy de acuerdo, señala hoy en El Mundo que “Rajoy usurpó ayer las funciones del Rey convocando para hoy a
los demás partidos para ver qué hace o deja de hacer él cuando los golpistas
proclamen la independencia”. El tema catalán es político y debe resolverse con
diálogo entre las partes en conflicto. Ahora ya es tarde. Pero, a mi entender,
ni el Rey debe entrar en política ni el Ejecutivo debe endilgar a jueces,
fiscales, Policía y Guardia Civil una
papeleta que corresponde ventilar a Rajoy y que se le ha ido de las manos por
su absoluta incapacidad de gestión. El
País en un excelente editorial, al referirse a los verdaderos culpables de
la crisis en Cataluña (el presidente de la Generalitat
y la presidenta del Parlament, naturalmente)
entiende que “ni sus flagrantes delitos ni sus
bravuconadas pueden justificar la pasividad e impericia del presidente Rajoy,
su afasia política, su reiterada incomparecencia ante la opinión y su medrosa
delegación de responsabilidades en la Administración de justicia, retorciendo para ello
hasta el estatuto del Tribunal Constitucional y escudándose en las decisiones
de otros al no querer él tomar las que le correspondían”. (...) “Quizás [Rajoy]
se vea ahora obligado a hacer lo que evidentemente nunca quiso: contribuir a
revisar la Constitución,
abrazar los principios federales que subyacen en la España de las autonomías y
buscar el consenso político necesario que evite la división entre españoles,
dramáticamente puesta de manifiesto en los acontecimientos de ayer y los días
precedentes”. Que cada palo aguante su vela.
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