Los dos botes que tengo en mi cuarto de escribir y que
contienen bolígrafos y lapiceros son de aceitunas rellenas de anchoa. Uno de
ellos lo tengo recubierto con esas pegatinas pequeñas que vienen adheridas a
los plátanos de Canarias. Los domingos, antes de la comida de mediodía, suelo
prepararme un vermú con hielo y una rodaja de limón, de Bodegas Valdepablo, que actualmente fabrican en las naves de una
antigua azucarera de La Compañía de Alcoholes, en Terrer, próximo a Calatayud. Y como
con un pie no se anda, preparo unas “gildas”
al estilo de cómo se ofrecían en las viejas tabernas. Ensarto en un palillo una
aceituna sin hueso, una anchoa en salazón, una guindilla no muy grande y sin
rabillo y un trozo de pepinillo. Ya está. No hay nada más sencillo de hacer. Blas
Vallés, bodeguero de Olite (Navarra) se trasladó a San Sebastián para abrir
un despacho de venta de vinos y alquiló en 1942 un local en la calle Isabel la Católica. Su vino
navarro se abrió paso junto al vino rioja. A su despacho acudían los “mozos del
exterior” (maleteros) de la Estación
del Norte a tomarse el bocadillo que traían de casa y lo acompañaban con un
vaso de vino. En 1946, Vallés sacó en el
Ayuntamiento la licencia de taberna a la vez que seguía despachando vino a
granel. Popularizó el porrón y para acompañar
el vino, Blas Vallés solía sacar unas veces guindillas, otras aceitunas e
incluso anchoas. Uno de los clientes, Joaquín
Aramburu, alias Txepetxa empezó
a ensartar la guindilla, la aceituna y
la anchoa en un palillo. Corría el año 1946 y comenzó a llamar a aquella
banderilla “gilda”, en honor a la película de Charles Vidor que se había estrenado en España ese mismo año;
porque, según Aramburu, “era verde, salada y un poco picante”. Lo de “verde” y
un poco “picante” sería discutible. En realidad, todo el striptease de Rita Hayworth consistía en quitarse un guante,
aunque por ello recibiese un sopapo de Glenn
Ford. Y como en el cine nada es lo que parece, la canción “Amado mío” era un payback
con la voz de Anita Ellis. En
Zaragoza pueden degustarse unas magníficas “gildas” en el bar Gilda (San Pablo, 38) donde Sara Ruiz y Pablo Chueca
ofrecen en su barra los típicos vinagrillos de siempre, además de otras
especialidades, como jamón batido o paté de pimiento asado con nueces y boquerones y mermeladas de calabacín y naranja con arenque
y la aceituna. Como decimos en Aragón: de lo que tenemos, no nos falta de nada.
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