El pasado día 30, Viernes Santo, Manuel Vicent nos recordaba en un
artículo en El País lo que fueron las
otras Semanas Santas, las de la época franquista. Cuenta: “En los patios de
luces de toda España dejaba de cantar Concha
Piquer y en los andamios ningún albañil osaba arrancarse por soleares. En
aquellas Semanas Santas del franquismo se prohibía cantar, silbar y jugar a las
cartas; los tambores sustituían a las campanas y en la radio solo se oía música
clásica y polifonías de Palestina entre las voces de algún famoso orador
sagrado que predicaba el sermón de las Siete Palabras. Lo demás era un silencio
morado con el rumor de algún viacrucis: perdona a tu pueblo, Señor —cantaban
los penitentes—, mientras al amanecer piaban los pájaros, los únicos seres que
parecían libres de pecado. Las señoras provincianas con teja y mantilla,
tacones de aguja y medias negras con costuras visitaban los monumentos de jueves
Santo dejando atrás un rastro de colonia Heno
de Pravia. El oficio de tinieblas se concitaba en las tahonas con el hondo
aroma de las torrijas”. Es lo que puede definirse como Oficio de Tinieblas 6, que el Oficio
de Tinieblas 5 ya lo dejó escrito Camilo
José Cela en “una novela de tesis escrita para ser cantada por un coro de
enfermos como adorno de la liturgia…”. Aquí, unos llevan la cruz a cuestas, y
otro, cualquiera de los que fumamos chester
en las fiestas de guardar y en las bodas, meamos en arco y nos sentamos en
silla de velador para ver pasar la vida, ora una señora de buen ver, ora un
anciano con chándal de mercadillo, ora un viajante de comercio, ora un meapilas
camino de misa de réquiem; en fin, esa gente que camina suelta pero que a veces
se une a la masa por amor a la densidad, como decía Elías Canetti, “lleva al hombro la espigarda mora que compró en la
testamentaría del raisuni, viste macferlán príncipe de gales y se cubre la
cabeza con el bombín color café, que suele usar en las ocasiones muy señaladas”
(nonada 229). Me entero de que el Arzobispado de Zaragoza acaba de apropiarse
del Pilar hoy jueves. Una finca urbana de 9.100 metros cuadrados que hace
treinta años la inscribió en el Registro
de la Propiedad y no ha sido impugnada. El arzobispado presentó el 4 de
diciembre de 1987 ante el Registro de la Propiedad número 2 de Zaragoza la certificación con la que anotó a su nombre
el “pleno dominio de la finca”, que quedó inscrita el 5 de abril
del año siguiente, lo que significa que hoy jueves habrán transcurrido los 30
años, que dan derecho a la institución a registrar la propiedad del templo por
la figura jurídica de la usucapión, que reconoce como propietarios de los
bienes inmuebles a quien los ha poseído de manera pacífica, sin que nadie se
oponga a esa situación, durante tres décadas. Un edificio de 1675, en
cuyas obras intervinieron los arquitectos Francisco
de Herrera y Ventura Rodríguez y
que incluye frescos de Goya en sus pechinas, cuyos trabajos
iniciales fueron financiados por la Corona de Aragón, y donde algo más de un
tercio de los diez millones invertidos en las restauraciones de las últimas dos
décadas proceden del Gobierno de Aragón y el Ministerio de Cultura. Eso es
sabérselo montar. Lo demás, incluido el sermón de las Siete Palabras, sólo son
oficios de tinieblas para asustar a una masa de fieles creyentes que pone la “equis”
en la Declaración sobre la Renta a favor de los vendedores de humo que hisopean
lo que se les ponga por delante con tal de mantener la llama viva de su
desvergüenza.
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