Pareciese
que nos entráramos en la época de Torquemada.
El caso es que Willy Toledo no ha
comparecido hoy en el Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid, acusado de
haber insultado a Dios y a la Virgen en Facebook
donde el actor criticaba duramente otro juicio oral, el abierto contra tres
mujeres que en 2014 procesionaron una gran vagina por las calles de Sevilla. No estoy en condiciones de reproducir
las cosas que dijo Willy Toledo por respeto a los católicos creyentes, que son mayoría en este
país. Pero no dejo de reconocer que la libertad de expresión, contemplada en el
artículo 20 de la Constitución, no dice gran cosa respecto a la blasfemia, entendida
como ofensa verbal contra la majestad divina. Dios no necesita, en el supuesto
de que exista, que un tribunal de justicia terrenal le defienda su honor.
Tampoco, ni Dios ni la Virgen se han
querellado contra Willy Toledo, sino unos meapilas pertenecientes a una
asociación de abogados cristianos. Querellante y querellados han estado
ausentes en la sala de vistas: uno de ellos por no haberle venido en gana, los
otros por encontrarse en el Cielo, ese espacio volátil donde irán los conversos
pero no los inicuos, y que ya reciben culto de latría y de hiperdulía,
respectivamente, en todos los templos, incluso en los que es conditio sine qua non pagar entrada para
poder penetrar en su interior. En definitivas cuentas: no han acudido al
Juzgado ni el querellante ni los querellados, aunque sí los abogados de los
segundos. En este país pronto volveremos al nacional-catolicismo y a que el jefe
del Estado penetre en los templos bajo palio, como era habitual en Franco. ¿Qué se puede esperar de un
país donde el inquisidor mayor de Aragón, Pedro
Arbués, fue elevado a los altares? Lo asesinaron dentro de La Seo, ese
templo que no lo ves si no pagas antes, y eso fue causa de nueve ejecuciones en
1486 después de haberse celebrado los correspondientes autos de fe. Según
describe Jerónimo Zurita, hubo nueve ejecutados en
persona, aparte de dos suicidios, trece quemados en estatua y cuatro castigados
por complicidad. A uno de los asesinos le cortaron las manos y las clavaron en
la puerta de la Diputación, tras lo cual fue arrastrado hasta la plaza del
mercado, donde fue decapitado y descuartizado, y los trozos de su cuerpo
colgados en las calles de Zaragoza. Otro se suicidó en su celda un día antes
del tormento, rompiendo una lámpara de cristal y tragándose los fragmentos;
sufrió el mismo castigo, que fue infligido a su cadáver. Las represalias se
prolongaron hasta 1492. Vamos, que yo en la piel de Willy Toledo tampoco
hubiese acudido hoy al juzgado, por si las moscas.
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