miércoles, 18 de abril de 2018

Vuelven los autos de fe



Pareciese que nos entráramos en la época de Torquemada. El caso es que Willy Toledo no ha comparecido hoy en el Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid, acusado de haber insultado a Dios y a la Virgen en Facebook donde el actor criticaba duramente otro juicio oral, el abierto contra tres mujeres que en 2014 procesionaron una gran vagina por las calles de  Sevilla. No estoy en condiciones de reproducir las cosas que dijo Willy Toledo por respeto a los  católicos creyentes, que son mayoría en este país. Pero no dejo de reconocer que la libertad de expresión, contemplada en el artículo 20 de la Constitución, no dice gran cosa respecto a la blasfemia, entendida como ofensa verbal contra la majestad divina. Dios no necesita, en el supuesto de que exista, que un tribunal de justicia terrenal le defienda su honor. Tampoco, ni  Dios ni la Virgen se han querellado contra Willy Toledo, sino unos meapilas pertenecientes a una asociación de abogados cristianos. Querellante y querellados han estado ausentes en la sala de vistas: uno de ellos por no haberle venido en gana, los otros por encontrarse en el Cielo, ese espacio volátil donde irán los conversos pero no los inicuos, y que ya reciben culto de latría y de hiperdulía, respectivamente, en todos los templos, incluso en los que es conditio sine qua non pagar entrada para poder penetrar en su interior. En definitivas cuentas: no han acudido al Juzgado ni el querellante ni los querellados, aunque sí los abogados de los segundos. En este país pronto volveremos al nacional-catolicismo y a que el jefe del Estado penetre en los templos bajo palio, como era habitual en Franco. ¿Qué se puede esperar de un país donde el inquisidor mayor de Aragón, Pedro Arbués, fue elevado a los altares? Lo asesinaron dentro de La Seo, ese templo que no lo ves si no pagas antes, y eso fue causa de nueve ejecuciones en 1486 después de haberse celebrado los correspondientes autos de fe. Según describe Jerónimo Zurita, hubo nueve ejecutados en persona, aparte de dos suicidios, trece quemados en estatua y cuatro castigados por complicidad. A uno de los asesinos le cortaron las manos y las clavaron en la puerta de la Diputación, tras lo cual fue arrastrado hasta la plaza del mercado, donde fue decapitado y descuartizado, y los trozos de su cuerpo colgados en las calles de Zaragoza. Otro se suicidó en su celda un día antes del tormento, rompiendo una lámpara de cristal y tragándose los fragmentos; sufrió el mismo castigo, que fue infligido a su cadáver. Las represalias se prolongaron hasta 1492. Vamos, que yo en la piel de Willy Toledo tampoco hubiese acudido hoy al juzgado, por si las moscas.

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