Pascual
González,
que es un jardinero de la palabra, define la Feria de Sevilla como si estuviese podando un seto entre trepadoras
buganvillas. Hay que ser andaluz para entender lo que sucede durante una semana
en el recinto de El Tardón. Rasgueo de guitarras, buchitos de vino oloroso,
faralaes, coches de tiro, farolillos, juerga de los pudientes y estupor de los voyeurs y los papafritas
que desde fuera de las casetas intuyen como se divierten los que están dentro.
Siempre hubo clases y apellidos con nombres de brandys y familias endogámicas que dominan el cotarro. Y cuando un
sindicato horizontal planta su caseta para que puedan divertirse los suyos,
sucede que algo se enturbia y se monta el rosario de la aurora. No se debe mezclar el agua con el aceite. Y en
la calle hasta murió un caballo de hambre y cansancio ante la indiferencia de
todos. Luces y sombras en una Feria de
Abril que ahora acaba. Dice Pascual González: “La Feria son las cortinas
cerradas de una caseta por una improvisada reunión que nadie organizó pero que
reunió, al azar, al cantaor que llega
hartito de aguantar a los mandamases y aparentaores, al guitarrista que aún no
ha afinado sus dedos sobre las seis sultanas de su sonanta, a la bailaora que
necesita la libertad de un revuelo, sin tasas que la midan, el genio de un patá
que sea enmarcada en las retinas de los que siempre saben estar... Escuchar
es tan especial como levantar el catavino en el instante preciso... La
borrachera no se busca, hay que saber cuál es el ralentí exacto de remojar las
gargantas”. Y ahora, cuando todavía está fresca la cera de los cirios en el
suelo de Sierpes; cuando cesa el jaleo de una semana enloquecida; cuando un 0-5
ha roto en La Peineta madrileña las ilusiones de “los palanganas”; y cuando en los juzgados se airean las vergüenzas de los ERE, lo que toca es esperar la llegada del Lunes de
Pentecostés y del Rocío, la caravana de carretas, caballos y todoterrenos por
caminos polvorientos, los soníos
negros, las fotos para el papel couché de las revistas de la bragueta y el
abrazo a la Blanca Paloma en la meta
de Almonte, en las marismas del Guadalquivir. En el Sur nunca cesa la batahola.
Quizás eso mantenga vivos a sus ciudadanos, con la que está cayendo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario