Pues
nada, lo mejor será detener a Willy
Toledo, enjaularle y meterle una cadena perpetua revisable que se caga la
perra. De ese modo, ese grupúsculo de abogados católicos que mea en arco y que
le denunció en los tribunales de Justicia podrá respirar tranquilo. No puede
ser que Willy, con aspecto de diablo, o de rojo con rabo en forma de látigo de
siete colas siga haciendo de las suyas, es decir cagándose en todo lo que se
mueve en este planeta y en el éter celeste. Mejor aún, que le apliquen la ley
de fugas y dejarle que se escape mientras es conducido a prisión, y pegarle dos
tiros de extranjis con naranjero, que es arma aseada, pareciendo que los
guardias que lo custodian no violan el derecho de hábeas corpus, así, por la espalda, para darle más credibilidad a
la fuga, en evitación de que luego lleguen los hijos de esos guardias a la escuela
y el maestro les pregunte “¿sabes lo que ha hecho tu padre?”, como hacen ahora
los maestros a los chicos hijos de guardiaciviles en Cataluña. Willy Toledo es
malo, sin mezcla de bien alguno y sus pecados sólo pueden aliviarse con la
mazmorra, también con la confesión ante el penitencial y una peregrinación a
Fátima con insignia, talega y bordón, y latigazos en cada mojón kilométrico
para su mortificación. Willy Toledo que se vaya preparando. Haría bien en ir
conociendo las tarifas y aranceles para monjes, extraído del Poenitentiale Columbani, para que le
sirviese de referencia tras demostrar la atrición necesaria, o así lo entendía san Basilio, el Monocanon de Focio y las
instrucciones de san Carlos Borrromeo:
homicidio o sodomía: ayuno de diez años; fornicación (una vez), tres años;
fornicación (varias veces) o robo, siete años; masturbación, un año, etcétera.
Los cánones penitenciales hay que respetarlos siempre. El actor Rafael Álvarez “El Brujo” dijo en cierta ocasión que “todos llevamos dentro a un Aznar y a un Willy Toledo”. Hizo tales
declaraciones con ocasión de la representación en Madrid de “El asno de oro”, una reflexión sobre la
corrupción y el momento en el que el ser humano descubre que aquello en lo que
cree es mentira.
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