lunes, 9 de abril de 2018

Una piedra blanca...



Hoy, 9 de abril de 2018, a las 3 de la tarde, hará exactamente 105 años de que se exhumaron del nicho 470 los restos de los hermanos Bécquer en la Sacramental de San Lorenzo, en Madrid. Juan López Núñez, en su libro de 1915  “Bécquer: biografía anecdótica”, dejó constancia de que “de Gustavo Adolfo estaban completos el cráneo, las mandíbulas y la dentadura. Se veían agrupados los huesos del esqueleto y las botas que llevó el cadáver a la fosa se conservaban en buen estado”. Los dos hermanos habían fallecido 43 años antes, con tres meses de diferencia. En aquel acto de 1913 estuvieron presente Francisco Rodríguez Marín, director de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, Tomás Bretón, los hermanos Álvarez Quintero, Muñoz San Román, José Villegas y José María Izquierdo, entre otros. No hubo representación oficial. Según Eva Díaz Pérez, corresponsal del diario El Mundo en Andalucía, “la comitiva se dirigió a la estación de Atocha en una carroza con tiro de  de cuatro caballos. Los cofres fueron colocados en un vagón tapizado de negro. El tren partió de Madrid a las cinco de la tarde. El tren llegó a Sevilla el 10 de abril en el tren de la mañana de las siete cuarenta. Los restos fueron colocados en una capilla ardiente improvisada en la estación. Había un altar con dosel de terciopelo negro. Debido a la intensa lluvia, se suspendió el cortejo fúnebre”. Según relata la profesora Marta Palenque, “la comisión se reunió en el Hotel de París para decidir los cambios y retrasó los actos para el día siguiente. Puesto que los restos no podían permanecer en la estación, se mudaron a la iglesia de San Vicente. Ya el 11 de abril, sobre las dos de la tarde, se organizó una velada en el Salón Murillo del Museo de Pinturas. Después partió la procesión cívica con las cajas funerarias camino de la Universidad Literaria. Esa misma tarde se decidió construir un monumento en el panteón que sería costeado por el marqués de Casa Dalp. En el memorial aparece un Ángel de los Recuerdos que lleva un ejemplar de las Rimas y el símbolo del arte de la pintura”. Eva Díaz Pérez termina diciendo en su artículo, al hacer referencia al destino final de los restos de ambos hermanos, que “el lugar es estremecedor, oscuro, sobrio y sombrío. Un escenario digno e ilustre, pero muy diferente del que el poeta soñó como última morada. En la carta tercera de Desde mi celda, confesó [Gustavo Adolfo] su sueño de que la ciudad que lo vio nacer se enorgulleciera con su nombre y que a su muerte lo enterrasen en un lugar que frecuentaba a la orilla del Guadalquivir en el camino del monasterio de San Jerónimo”. Ahí donde escribe: “Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento”.  Pudo haber sido y no fue.

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