Mi
estimado amigo Antonio Sánchez Portero,
bilbilitano de nación, cuenta una anécdota que me hace mucha gracia. Resulta
que durante más de 25 años ha participado en la procesión de Viernes Santo de
Calatayud representando al patriarca Melquisedec.
Y cuenta que “en cierta ocasión, estando en la sacristía de San Juan El Real,
al acercarme a saludarles, las autoridades militares y civiles me confundieron
con el obispo y me besaron la mano y saludaron de acuerdo con el rango que me atribuían.
Pasé mucha vergüenza, enrojecí y tuve que salir por pies”. Quiero suponer que
aquellas autoridades le confundieron con el obispo de Tarazona, ya que
Calatayud pertenece a esa diócesis, como le podrían haber confundido con un pope
llegado desde los Balcanes por aquello de la unión de las Iglesias. Pero no
pasa nada. En cierta ocasión, don Manuel
Azaña se vistió de obispo para asistir a una fiesta de Carnaval en casa de
los Baroja. Con su aspecto regordete
y sus gafas de carey, al entonces presidente del Ateneo de Madrid aquella ropa
talar le sentaba como un guante. Más o menos, como le sienta a Sánchez Portero
el traje del patriarca Melquisedec, Malki-zedeq
en hebreo, rey de Salem mencionado en la narración de Abraham
en el capítulo 14 del Génesis y que
apareció después del Diluvio no se sabe si de forma espontánea. No tuvo
ascendencia ni descendencia, ni padre ni madre, dicen que descendiente de Leví, hijo de Jacob (como el Lewin del
Bámbola). Sólo los descendientes de
esa tribu de Israel podían acceder al sacerdocio. Antonio Sánchez Portero,
además de escritor, fue corresponsal del diario Pueblo (Aragón) cuando, como señaló Santiago Lorén en “Cierzo de
Papel” (Mira Editores, Zaragoza, 1993),
“carecíamos de todo o casi de todo.
El fax hubiera sido una gozada, pero entonces, en España estaba en su
infancia y el jefe del tren Talgo se convirtió en mensajero de urgencia”.
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