En un sesudo análisis dentro de las páginas de El País, Berna González Harbour pone el dedo en la llaga. A propósito de Cifuentes, señala: “Se esperaba una
dimisión limpia o una moción de censura, pero triunfó la tercera vía: la
humillación sacada de los cajones de mugre”. (…) “Desde algún cajón mugriento
en un despacho oscuro salió un video que creían destruido con una humillación
registrada: la de una líder política entonces vicepresidenta de la Asamblea de
Madrid, pillada como adolescente robando un par de cremas”. Y Cristina
Cifuentes no pudo esperar al Dos de Mayo
y tuvo que dejar su despacho de la Puerta del Sol después de haber llegado la
ministra Cospedal para enviarle un
recado de Rajoy. Eso del motorista –según
se desprende- ya no se estila, como se hacía en los tiempos de Franco. Ahora Rajoy han preferido enviar a la ministra de Defensa
en persona para leerle la cartilla. ¡Qué pena! Cifuentes no podrá imponerle una
condecoración, la Medalla de Madrid, a Alfonso
Ussía, otro que tal baila. Lo de Madrid, como lo de Valencia, son vodeviles
para entretener a una ciudadanía que ya está harta de tanto mangante aforado.
El verdadero problema de España es que gobiernan los que se creen impunes,
olvidando que ya no está presente en El Pardo la momia de un dictador al que
sólo le preocupaba el contubernio judeo-masónico, que era la cábala de los que
ganaron la Guerra Civil. Éstos de ahora, muchos de ellos nietos de los que
mantuvieron aquel ominoso régimen, han entendido que la Qabbaláh, esa escuela de pensamiento esotérico, dicho así, en
hebreo, significa “recibir”. Y sin pensarlo dos veces, han recibido sobres en
negro, títulos falsos expedidos, al menos que yo sepa, por una Universidad pública, prebendas a tutiplén,
etcétera. Lo que desconocíamos los ciudadanos era la cleptomanía de Cifuentes.
Me ha venido a la cabeza aquel programa de radio del Consultorio de Elena Francis patrocinado por “crema Pons, belleza en siete días” donde se daban consejos de
sacristía y alcanfor a las amas de casa sumisas que escribían a la emisora. Más
tarde se supo que Elena Francis
tampoco existía como persona física y que las cartas enviadas pasaban por una
censura absurda. Todo fue un invento de Juan
Soto Viñolo y que habían concebido los acaudalados José Fradera y su mujer, Francisca
Elena Bes Calbet, propietarios de los Laboratorios
de Belleza Francis, ubicado en la barcelonesa calle de Pelayo. Aquellas
cartas, muchas inventadas, eran redactadas por la filóloga Pietat Castanya. Curiosamente, en julio de 2006 en la masía de Can
Tirel, un deshabitado caserío de Cornellá de Llobregat, unos operarios del
Ayuntamiento encontraron por azar decenas de miles de cartas de oyentes. Pero
aquella fue otra historia. Lo conocido ahora sobre la cleptómana Cifuentes ha
sido muy cutre. Según OKDiario, Cifuentes sustrajo dos botes
de crema antiedad en uno de los lineales de un Eroski de Puente de Vallecas en 2011. Descubierta por una
dependienta, ésta avisó a un empleado de seguridad, que le revisó el bolso y dentro
aparecieron los dos botecillos de color rojo. “Es aquella señora, la de los
zapatos de Prada”, señaló. Pero
Cifuentes, que tuvo que reconocer que los había sustraído y pagar su importe
(algo más de cuarenta euros), alegó que se los había llevado por error, que no
sabía cómo habían acabado en su bolso. Por cierto, un bolso amplio que tenía el
sello del Canal de Isabel II,
organismo cuyo saqueo ocupa el caso Lezo
y que mantuvo unos meses a Ignacio
González en la cárcel. Uf, ¡qué vergüenza!
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