Me entero de que la cafetería vienesa Supersense vende cápsulas con hasta 56
aromas distintos para que puedan ser asociados con recuerdos de otro tiempo. Es
un modo de atrapar el pasado que no volverá. Lo que ya desconozco es si tales
aromas tendrán algo que ver con nuestros particulares recuerdos infantiles.
Cada persona es un mundo. Yo recuerdo, por ejemplo, el olor de aquel café de
puchero que había que pasar por un colador de tela, el olor de la catedral de
Lugo con aquellas humedades, el olor de la pólvora después de haber hecho sonar
mi pistola de mixtos, el olor de los viejos vagones de tren de largos
trayectos, el olor a calamares que salía
de los bares de El Tubo, el olor de las viejas boticas… El olfato siempre nos
retrotrae a épocas pasadas en las que nos conformábamos con poco, en las que
siempre nos abrigaban mucho para salir a la calle, en las que no se concebía
dejar de ir a misa los domingos ni dejar
de tomar la cucharada de hipofosfitos
antes de la comida, que coincidía con el tararí, tarará de un clarín, el “gloriosos
caídos…” y el “parte” de las dos y media de la tarde en el reloj de la Puerta
del Sol.
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