Ayer, “La Sexta
noche” nos sorprendía con dos temas monográficos que duraron hasta las dos
y cuarto de la madrugada: la monarquía y la pobreza de los españoles generada
por la subida de tipos, de las energéticas y la inflación galopante. Me vino a
la cabeza la novela de John Hawkesworth
“Arriba
y abajo” y la mansión de Eaton Place
donde, arriba, la familia Bellamy constituía
un reducto de viejas tradiciones y de un aristocrático estilo de vida que los
aires del siglo XX ya habían comenzado a
transformar. Y abajo, Hudson, Bridges
Rose y el resto del servicio vivían todos los acontecimientos de esa familia. Parecía
normal que en la tertulia de los sábados se hablase largo y tendido sobre la
muerte de Isabel II y la herencia
dejada a su sucesor, Carlos III.
Pero, por aquello de ir por atún y ver al duque, se aprovechó para elogiar sin venir a cuento a la consorte de Felipe VI, Letizia Ortiz con motivo de estar a punto de cumplir los 50 años.
Vamos a ver: una cosa es la Reina de
Inglaterra, que fue además de ello, monarca de los quince países que conforman
la Mancomunidad (Commonwealth), con
estandarte real oficial cuando se encuentra en uno de esos países; y cosa muy distinta es ser consorte de un monarca
español heredero del franquismo. Dicen que las comparaciones son odiosas. Pues
bien, en este caso sí lo son. Jaime Peñafiel decía en tono irónico
que “pronto, en Europa solo quedarán la
Reina de Inglaterra y los cuatro reyes de la baraja”. Ya, ni eso. Los
televidentes, como decía, tuvimos que escuchar una hartazón monárquica insufrible, de las
de tener que tomar bicarbonato para calmar la acidez. Pero después de aquella
bucólica semblanza azucarada de los de arriba, llegó el turno de los de abajo, donde
una vez más intentaron explicar al común de los mortales el disparado y
disparatado recibo de la luz en el mercado libre y en el mercado regulado,
haciendo comparativas también sobre el precio del gas, sobre la subida de
tipos de interés, sobre el precio de los ajos, sobre la congelación de salarios y sobre el rabo de desgracias que nos acechan
para este invierno si no disponemos de batamanta y gorro ruso. No sé si me llegará en navidades para comprar el mazapán, el guirlache y las botellas
de sidra “El gaitero”, el champán de los pobres. Los ciudadanos de a pie nos hemos convertido
en moscas entre dos cristales, que vemos qué sucede arriba y abajo aunque debemos
movernos en la horizontal. El vomitivo glamur de las revistas de papel couché sirve para
que las amas de casa las repasen en la peluquería o en la sala de espera del
dentista. Pero la realidad es distinta aunque nada nos impida poder seguir jugando con el
soldadito de plomo al que le falta una pierna, tanto en las tardes de lluvia como en las noches de insomnio. El tiovivo
siempre se detiene tras un viaje a ninguna parte.
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