lunes, 5 de septiembre de 2022

Barreiro y el café Varela

 


Leer al filólogo Javier Barreiro requiere ciertas normas: que sea de madrugada, que el flexo proyecte una luz aceptable, que el silencio se adueñe de la calle y, sobre todo, tener siempre a mano una copita de “anís Las Cadenas”, de finísimo paladar. Cuando se dan esas circunstancias, enciendo un cigarro de “picadura selecta” hecho a mano y me empapo en la lectura de alguno de sus escritos, da igual por qué página. En cada una de ellas aprendo algo que ignoraba, o refresco otras cosas que estaban aparcadas sine die en el desván del colodrillo: “Casa Félix, en la calle Comandante Santa Pau, adonde de niño acompañaba a mi madre, que compraba allí el vino. Recuerdo la fascinación que me producían los nombres grabados en porcelana sobre las hermosas cubas: Ojén, Rute, Oloroso, Abocado… El establecimiento derivó en lugar de reunión preferentemente de estudiantes que, en largas y destartaladas mesas de madera, se reunían al amor de los cacahuetes y el vino de Málaga. Al nombrarla, empezaron a sustituir lo de Casa por Tasca Félix. El mentado era un hombre mayor más bien silencioso y avinagrado siempre con un guardapolvo gris hasta los pies. Se decía -no lo creo- que guardaba muchísimo dinero”.  La lectura engancha. Yo, aprovechando el silencio de la noche, pongo en el relato de Barreiro unas gotas de angostura. Cerca de allí, en la calle de Jesús Comín, en un portal oscuro, vendía pipas de girasol y caramelos Tomasa, una anciana dulce y apacible. Los clientes eran mayormente educandos de un colegio de frailes con fachada de ladrillo, peligrosa acequia y altas tapias al estilo penitenciario. Hoy hasta aquella sombría calle tiene otro nombre:  calle de Ana Isabel Herrero, en memoria de la empresaria asesinada por miembros del Grapo el 6 de febrero de 2006 a la puerta de su garaje en la calle Cervantes. La calle de Jesús Comín desapareció del callejero (como otras muchas) en aplicación de la Memoria Histórica, en este caso por haber sido Jesús Comín jefe del Requeté en Aragón (más tarde, con la unificación, se hizo falangista de traje azul y boina roja) y haber conspirado contra la República. En alguna ocasión, Barreiro la hecho mención a la “olvidada generación etílica del Café Varela” , frecuentada por el poeta Guillermo Osorio, que tuvo la desgracia de morir al caer sobre una estufa encendida tras sufrir un ataque al corazón. Su amigo y contertulio Manuel Alcántara dijo de él  en 1982, tras su muerte: Ha muerto, después de haber consumido gloriosamente algunas cosechas de vino tinto y de haber escrito veintitantos sonetos prodigiosos”. El Café Varela es hoy el restaurante del madrileño Hotel Preciados (Preciados, 37 esquina a la plaza de Santo Domingo) con excelente cocina gallega y un plato distinto para cada día laborable de la semana: lunes, verduras con langostinos y calamares; martes, callos con garbanzos; miércoles, fabada asturiana; jueves, cocido madrileño; y viernes, patatas a la riojana. Por sus salones pasaron, entre otros, Pío Baroja, los hermanos Machado, León Felipe, Emilio Carrere, Unamuno…, y posteriormente Antonio Mingote, Rafael Azcona y Gloria Fuertes.  El Café, que en 1884 fue abierto por Silvestre Díaz Varela, fue durante la Guerra Civil comedor social y durante los años 40 y 50 salón de conciertos de música clásica. Más tarde fue adquirido por José del Valle y desde 1977 es  propiedad de Melquiades Álvarez y frecuentado por políticos de la derecha. Curiosamente, en los sótanos, Estanislao Rodríguez inauguró en 1883 la bodega Sótano H con entrada por la calle de las Veneras, número 6. Disponía de comedores independientes y se servían desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la madrugada corderos asados, judías y callos a la española, a dos reales la ración. En aquella bodega, el 24 de agosto de 1885 se pegó un tiro en la cabeza el asistente de un capitán de Ingenieros que solía acudir a cenar. El Sótano H y el café Varela coexistieron hasta el año 1896. El café Varela se cerró como café el día de san Isidro de 1959.


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