viernes, 9 de septiembre de 2022

A dos duros la pareja

 


Si les digo la verdad, nunca supe por qué a las sardinas en salazón y en tabal de madera se las conocía como “guardias civiles”, hasta que leí en algún sitio, no recuerdo dónde, que el color entre plateado y gualdado de aquel pescado seco recordaba el matiz amarillo canario de los correajes de gala de esos servidores de la ley. A mí las sardinas rancias me encantan, pero no debo tomarlas por ser hipertenso. Existe una receta culinaria muy sencilla y sabrosa. Se necesitan una docena de sardinas, ocho dientes de ajo, agua, vinagre y aceite. Para su preparación será necesario poner las sardinas a remojo durante seis horas, para más tarde volverlas a dejar sumergidas en agua y vinagre toda una noche. Por la mañana, después de escurrirlas se freirán someramente sin ningún tipo de rebozado. Más tarde deberán colocarse en una tartera (a ser posible de barro) con los ajos,  el añadido de aceite y doble cantidad de agua, todo ello a fuego lento y sobre una hora, removiendo de vez en cuando con cuchara de madera para reducir el caldo a la mitad. Me viene a la memoria aquel vendedor ambulante, Serapión Freire creo recordar que se llamaba, que en su tenderete instalado en la Plaza del Fuerte, de Calatayud, había escrito con tiza sobre una pizarrilla: “Guardias civiles a duro”. En uno de los paseos de control de miembros de la Benemérita  obligaron a aquel vendedor orensano, natural de Jagoaza, parroquia en el concello de El Barco de Valdeorras, a retirar su oferta por ser considerada como una falta de respeto a los valores que representaban los agentes de la autoridad en su función de mantener el orden. En el siguiente día de feria, el vendedor  gallego,  avisado, reservón y taimado (somarda, como decimos en Aragón) colocó la misma pizarrilla sobre dos tabales de madera, donde ponía: “A dos duros la pareja”. Ahí quedó la cosa. A partir de entonces los guardias, serios y circunspectos, cuando pasaban cerca de aquel tenderete miraban para otro lado, aunque mosqueados, por la ambigüedad que les producía el puñetero reclamo mercantil.

 

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