jueves, 29 de septiembre de 2022

Anacronismos sorprendentes

 


La basílica menor Santa María del Mar, en Barcelona, a mitad de camino entre la Catedral y la Estación de Francia, sufrió importantes desperfectos durante los bombardeos de la Guerra Civil. Si alguien se coloca delante del altar mayor, a la izquierda, en la parte baja de una de las vidrieras del segundo piso, puede contemplar el escudo del  Club de Fútbol Barcelona. Las vidrieras dañadas fueron restaurándose a lo largo de varias décadas. Pere Cànovas Aparicio, autor de ese escudo lo explicaba así en El Mundo Deportivo: “A la empresa en la que yo trabajaba como 'artista' le encargaron varias vidrieras. Algunas se hicieron nuevas con mis diseños. Otras se restauraron. Para todo ello se contaba con el patrocinio de entidades o gremios. A finales de los años 60 del pasado siglo le tocó el turno a esa vidriera. A través de la industria textil se contactó con Agustí Montal hijo y el resultado fue que el Barça donó 100.000 pesetas de la época. Como agradecimiento, se puso el escudo en la vidriera”. Pero no es el único anacronismo artístico. En 1972, con motivo de la reconstrucción en Trujillo de la “torre Julia” (s.s. XIII- XIV) de Santa María la Mayor, el cantero Antonio Serván labró en uno de los capiteles esquineros que proceden de la cornisa el escudo del Athletic Club, de Bilbao. Ese mismo año,  el leonés Andrés Seoane, en la cabeza de la viga que soporta la cornisa de uno de los ábsides de la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Sandoval, en  Mansilla Mayor (León) donde los monjes estuvieron hasta la Desamortización, en 1835, labró una escena de boxeo. También aparece un teléfono móvil labrado en la piedra de la Catedral de Calahorra. Debajo pone “año 1996”; un  dragón comiendo un  cucurucho de helado y un astronauta en la Catedral de Salamanca, un  fotógrafo en la catedral de Palencia…, etcétera. En Zaragoza, cuando se restauró la iglesia de san Miguel de los Navarros, en la escultura de Antonio Palao existente en la portada donde se representa el triunfo de san Miguel contra el demonio, a Satanás le pusieron el rostro de Jerónimo Borao Clemente (1821-1878).  Al menos, así lo cuenta en sus “Memorias” Juan  Moneva, cuando señala que en 1860 el escultor Félix Oroz recibió el encargo de restaurar la figura de Lucifer y le dio los rasgos del entonces rector de la Universidad, todo un guiño del artista hacia un viejo condiscípulo de su niñez. Como curiosidad, Félix Oroz estuvo casado con Manuela Gracia, viuda de  Francisco Lac, dueño de una famosa pastelería en la calle de los Mártires  fundada en 1825 y que en la actualidad funciona como restaurante especializado en verduras de Navarra.

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