domingo, 27 de agosto de 2017

Excusatio non petita...





Ayer en Barcelona, al rey le habían colocado dos niñas, una a cada lado, a modo de monaguillos silentes a las que sólo les faltaba portar la palmatoria con la vela y el platillo. Era la excusa perfecta para que el jefe del Estado no se hiciera la foto codo con codo con Puigdemont. Había que guardar las distancias en tiempos de tribulación. Cuenta Sánchez Dragó en La Razon que “la ciudadanía hace lo de siempre: obedecer consignas y balar mientras deposita en el escenario del suceso exvotos de película de Walt Disney. Doble mentira: la democracia, por sí sola, nos dicen, es más fuerte que el terrorismo (como en los siglos de la Reconquista creían los cristianos que lo era Santiago Matamoros) y democráticas en su fuero interno son las mayorías silenciosas del islam. ¡Y tan silenciosas! Sólo cuatro gatos teledirigidos rechistan en aras del disimulo”.  El eslogan “No tenemos miedo” - también lo aclara Sánchez Dragó- fue durante todo el recorrido por el Paseo de Gracia la excusatio non petita. Y ya lo saben: Excusatio non petita, accusatio manifesta. Los aforismos jurídicos a veces dan en el chiste. El miedo, utilizado en muchas ocasiones por los grandes poderes, incluidas las religiones monoteístas, para controlar a las masas, o para moldear a las poblaciones a su antojo, también culpable de guerras e incultura, lo tenemos todos. Se inventaron dioses vengativos y situaciones de pánico para poder controlar a masas analfabetas y alienadas, capaces de creer en los mayores disparates,  incluso que un burro vuela, por tener la fiesta en paz. Lo importante es balar, no salirse del rebaño ni tener miedo al lobo. Ayer estuvo todo controlado y perfectamente señalizado. Hubo una cabecera portando una pancarta, seguida de un  puñado de ciudadanos con banderas diversas; después, un “cortafuegos” de seguridad; y detrás de ello, el rey entre dos niñas muy raras, a las que parecía que se les hubiese aparecido la Virgen diez minutos antes;  y Rajoy con cara de gárgola de catedral, a su derecha; y Puigdemont, sereno, a su izquierda; sin dirigirse la palabra ninguno de los tres. Y allá fueron, paseo abajo, hasta la Plaza de Cataluña, para terminar escuchando unos versos del autor de “La herida luminosa”, José María de Sagarra, seguido de una interpretación de “El cant dels ocells” en boca de Rosa María Sardá, seguido de una interpretación de “El cant dels ocells” (villancico de autor desconocido, pero que muchos sansirolés  atribuyen a Pau Casals). Y mientras todos ellos, conversos e inicuos, caminaban Paseo de Gracia abajo, me vino a la memoria “La canción del pirata”, de Espronceda: “Asia a un lado, al otro Europa, / y allá a su frente Estambul; / navega velero mío / sin temor, / que ni enemigo navío, / ni tormenta, ni bonanza, / tu rumbo a torcer alcanza, / ni a sujetar tu valor”.

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