martes, 1 de agosto de 2017

La folla del güisqui o de la bala




En su artículo “Sobre los muertos” Julio Camba decía que “hay que oír los diritambos que en España se les dirigen a los muertos, y es que, indudablemente, aquí no se entierra nunca a nadie mientras sus méritos y sus virtudes no están reconocidos por un consenso general”. Con el tiempo esas cosas pasan, salvo que la familia del difunto encuentre un biógrafo que se exceda en elogios rimbombantes de alguien que ya no puede hacer matizaciones sobre lo escrito. Por estos pagos se hicieron comparaciones con las defunciones de Rita Barberá, alcaldesa que fuese de Valencia, y de Miguel Blesa, presidente que fuese de Caja Madrid. Ayer leía que en el nicho valenciano de Barberá siempre hay flores frescas, mientras que en la sepultura de Blesa, en Linares, las flores depositadas ya se han marchitado. Barberá murió de noche en el Hotel Villamagna de Madrid de un fallo multiorgánico derivado de una cirrosis hepática; Blesa, a las ocho y pico de la mañana y de un tiro en el corazón en una finca de Villanueva del Rey. Ya lo decía Camba: “La gente se nos está yendo al otro mundo como se nos iba antes a Flandes o las Américas, en busca del bienestar y la consideración que no encuentra en éste”. Pero los amigos de una y del otro nunca están presentes en los elogios funerales. Siempre hay que esperar un tiempo, como digo, para que aparezca el biógrafo del muerto o de la muerta dispuesto a dar pinceladas barrocas a fuer de ensalzar las virtudes de aquel  ciudadano que murió en la folla del güisqui consumido o de la certera bala de rifle.

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