En una reciente entrevista televisiva, la pucelana Concha Velasco manifestó: “Quiero un
hombre que sea impotente y millonario”. Hombre, eso me recuerda aquel dicho de
la gallega: “dinero acá, indiano allá”. Me pregunta usted, señorita, por qué
razón siempre pido un “Jack Daniel’s”
cuando me acerco a la barra de este bar y por qué demonios siempre echo una
moneda en la ranura de la sinfonola para escuchar “Verde, que te quiero verde” en la voz de Manzanita. Pues no se me ocurre otra cosa que responderle que lo hago por inercia, por rutina..., pero que si a usted no le
parece bien, mañana puedo pedir una orangina.
Lo que ya no podré, señorita, es seleccionar Pavane pour une infante défunte. Me
consta que no está Ravel entre las
tripas de la máquina. Llega un momento en el ombligo de la noche en el que
mejor se está callado, pero es comprensible que la señorita de la barra cuyo
nombre desconozco desee darme conversación y procurar que le invite al
descorche de una botellita de Benjamin,
como las que existen en los pequeños frigoríficos de las habitaciones de los
hoteles. En una esquina del bar hay una pianola y una estantería con rollos
dentro de alargadas cajitas de cartón. Me refiere usted, señorita, que la
pianola lleva mucho tiempo silente y que es probable que al fuelle se le escape
el aire y que esté estropeada la palanquilla del ralentí. A ello le respondo
que la palanquilla del ralentí es fundamental, sobre todo cuando se interpretan
las Czardas, de Vittorio
Monti. Es comprensible que para cuatro minutos y medio que dura la pieza no
traiga cuenta buscar un afinador de pianos. Los colores morados de la noche se
van difuminando y salgo de aquel guariche dispuesto a meterme dentro del sobre
de las sábanas de la cama. Y camino despacio por una estrecha acera acompañado
del monótono latir del silencio y trincado por el ronzal del aburrimiento y de
una tenue melancolía.
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