martes, 15 de agosto de 2017

Don Adolfito (II)





Como decía en mi trabajo anterior, en el Tomo II, página 94, de “La vida en Santander...”  se informa: “Por las calles de Santander anda don Adolfito, El trovador, que anunciaba el veraneo, que llamaba al buen tiempo con las notas inarmónicas de su violín; el maniático, que era respetado por chicos y grandes. Figura magnífica del retablo de tipos populares, que tan exuberante era entonces, que fue motivo de curiosos artículos biográficos en los que se anotaban los cantares que dedicaba a su amada”. Un poco más adelante puede leerse: “Mas el autor de ‘Sotileza’ está herido de muerte”, en referencia a José María de Pereda. Corría el verano de 1904. Pero, ¿quién era don Adolfito? Trataré de resumir lo que informa sobre ese personaje José María Gutiérrez Calderón entre las páginas 195 y 207 de su libro “Santander fin de siglo”. Dice Gutiérrez Calderón: “Era gallego, nacido en Santiago de Compostela en 1841. Se llamaba Adolfo Carballo García y pertenecía a familia de excelente reputación. Su padre era doctor en Medicina”. Según Félix Estrada Catoya, cronista oficial de La Coruña, por el año 1855 don Adolfito estudiaba Farmacia en Santiago. Estaba enamorado de Rosa Fernández Herrera, de familia oriunda de Puente Arce. Se casó con Rosa y durante un tiempo vivieron en casa de los padres de ella. El 13 de junio de ese año hubo una revuelta en Santiago y Pedro Fernández Herrera, entonces concejal del Ayuntamiento y capitán de la Milicia Nacional fue asesinado  por un miliciano nacional de la Segunda Compañía. El asesino, de apellido Vallejo, fue juzgado en Consejo de Guerra y fusilados tres días más tarde. “La muerte de don Pedro –sigue contando Gutiérrez Calderón—fue un desastre para aquella familia que se dispersó, ingresando la mayor de sus hermanas, Josefa, en el claustro, llegando a ser abadesa del convento de Santa Clara. Otra hermana, Isabel, casada con el médico Manuel Baraja, se marchó a Cabezón de la Sal, al ser nombrado su marido médico titular. Rosa, la hermana más joven de don Pedro y esposa de don Adolfito “murió llena de pena por la muerte de su hermano”. Don Adolfito enloqueció, dejó los estudios y se marchó de Santiago con un violín para correr una vida llena de desventuras de pueblo en pueblo. Más tarde vivió en Ribadeo con una hermana suya que estaba casada con un comandante de Artillería. Pero cuando menos se lo esperaba su hermana, don Adolfito desaparecía por tiempo indefinido aunque siempre terminaba regresando a Cabezón de la Sal. Hasta que un día apareció por Santander. Gutiérrez Calderón dice de él que “era de buena estatura, cuerpo bien formado, color moreno, ojos un tanto chispeantes, pelo oscuro, perilla larga y abundante y bigote del color de su pelo, aunque con asomos blanquecinos bien marcados ya, por los tiempos en que le vimos; tenía un porte caballeroso, movimientos desenvueltos y modales finos; iba vestido con americana, que siempre llevó abrochada, sombrero redondo de fieltro muy blando, color café, col ala corta vuelta hacia arriba y calzado muchas veces con alpargatas, todo muy usado, pero limpio y ordenado. Parecía ser lo que llamábamos ‘un señor venido a menos’. Compañero suyo era el violín del que nunca se separó, colgada de la espalda la bolsa de color verde oscuro recosida y remendada en que le llevaba guardado”.

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