La Ley de Dependencia, que ya cuenta con una
década de vida, fue puesta operativa por el Gobierno de Aragón hace un año.
¡Qué vergüenza! Parece ser que la mayoría de los beneficiarios de ese servicio
asistencial lo utiliza buscando conversación. Hay demasiadas personas ancianas
que se encuentran muy solas; y cualquier motivo, por nimio que sea, les ayuda a
encontrar compañía aunque sólo sea por un rato a través del hilo telefónico. La
soledad es una de las situaciones más crueles que el ser humano puede afrontar.
Los ancianos saben que son como de cristal, que nadie les hace caso, que no son
visibles por su transparencia, que no interesan, y se sienten como un estorbo.
Sin embargo se les utiliza sin empacho por parte de la familia para que firmen
un aval, para que cuiden a los nietos, para que ayuden a una extensa prole
cuando los padres se quedan sin trabajo... ¡Qué sería de España sin los
abuelos! Y cuando fallecen, todos ellos se tiran encima de sus despojos por si
existiere algo que rascar: un piso, una finca en un páramo, una pequeña libreta
de ahorros donde está depositado el sudor de toda una vida, etcétera. Nadie
quiere quedarse con sus fotos que viran al color sepia, ni con unos muebles
obsoletos, ni con los veinte libros de su estantería, casi todos ellos en
ediciones de bolsillo, que el anciano tanto releía las frías tardes de
invierno. ¿A quién interesa las Nuevas
Castellanas, de Gabriel y Galán;
Las grandes ideas, de Juan de la Presa; Mireya,
de Federico Mistral; Perfiles y colores, de Fernando Martínez Pedrosa; Aritmética razonada, de José Dalmau Carles; o Pepita Jiménez, de Juan Valera? Decía Eduard
Punset que “la soledad sorprende a la víctima indefensa y totalmente
desacostumbrada. ¿Puede alguien imaginar lo que implica ser prisionero para
toda la vida? Los sueños se transforman en pesadillas y se descomponen los
castillos que solo la imaginación sustentaba; solamente puedes imaginar
fantasías y al final aborreces la realidad y prefieres vivir en el reducto
contorsionado de un rincón que no es real. Se rechazan las leyes que rigen la
vida ordinaria y se aceptan solo aquellas que determinan la vida aparte del
resto. Pero en tu pequeño mundo no caben ni la luz ni las sombras; solo hay la
oscuridad necesaria para vivir en un mundo traspuesto y fingido”. Es, supongo,
como la soledad de los perros abandonados en la carretera.
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