Hace 23 años
escribí cuarenta y nueve artículos de opinión en Diario de Teruel, a razón de uno por semana. Todo terminó cuando al
entonces director, Carlos Hernández,
no le gustó mi trabajo número 50, en el que refería una versión personal,
quizás despiadada, sobre los Amantes de
Teruel. Ahí quedó la cosa. Preferí dejar de colaborar si no se entendía mi
ironía. Y entre aquellos artículos hubo uno, “Artesanos” (jueves, 24/11/94), donde hacía referencia a un
excelente trabajo de investigación de María
Elisa Sánchez Sanz que había sido publicado en la revista Turia. (números 21-22 y 24-25). Pues
bien, de entre todos aquellos oficios perdidos a los que hacía referencia
Sánchez, había uno, el de los sombrereros que confeccionaban los famosos sombreros
de Tronchón a partir de pieles de conejo; y otro, el de los odreros. Para la
confección de odres o pellejos (del lat. uter, utris) era necesario seleccionar la piel
de cabra, frotarla con cal, quitarle el pelo, darle la vuelta, coser las
aberturas de cabeza, rabo y patas con hilo de cáñamo, insuflarle aire, curtirla
con ceniza de pino y encina e impermeabilizarla con pez, salvo los odres que
fuesen a contener aceite, aguardiente o mosto. Existe una parábola del vino
nuevo en odres viejos (Mateo 9:
14-17). Venía a decir que nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque
revientan. Calvino, en cambio, en
unos comentarios señaló que los odres viejos y el vestido viejo representaban a
todos los discípulos de Jesús,
mientras que el vino nuevo y el trozo de tela nuevo representan la práctica de
ayunar dos veces a la semana, y fue rotundo al entender que ayunar de esta
manera sería pesado para los nuevos discípulos. (Calvin's
Commentary XVI. 1981. p. 408.). De la misma
manera que los odres se fabricaban las botas. Los Odres, por otro lado, es una
pequeña aldea cercana a Moratalla (Murcia) y ambos municipios forman pedanía de Cañada de la Cruz, incluida en el partido
judicial de Caravaca.
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