A estas alturas de la película
nos enteramos que la versión que siempre hemos visto en pantalla de “El cochecito”
no se corresponde con la realidad. Según leo en El País: “El cochecito gira alrededor de su final, de la mirada de Isbert a su familia asesinada antes de huir con su amado
vehículo". Don Anselmo había envenenado a su familia. Ganó el premio de la Crítica en la Mostra de Venecia, pero en España nunca
se vio en su versión original. Lo impidió la puñetera censura. En la película, se cuenta
que don Anselmo había vendido las joyas de su familia para poderse comprar el
motocarro. Se modificó, de ese modo, el
hecho de ser un asesino por el de convertirse en un fugitivo. Gregorio Belinchón explica en El País en referencia a la película de Marco Ferreri con guión de Rafael Azcona (basada en su relato “Pobre, paralítico y muerto”) que “al
eliminar la penúltima secuencia -en la que don Anselmo ve salir los ataúdes de
su casa- y cambiarla por una llamada de teléfono que da a entender que la
familia está viva y le busca, el remate con su detención por la Guardia Civil
pierde fuelle”. Con la masacre se entiende mejor la lúgubre frase final:
"¿Me dejarán tener el cochecito en la cárcel?". En una breve
secuencia aparecen caracterizados de frailes Azcona y Carlos Saura. El film es un
reflejo claro de aquella España profunda de posguerra, en un tiempo en que era
fácil ver a diario por las calles mutilados de guerra. Los mutilados de la
España ganadora, según su grado de mutilación, ocupaban cargos administrativos
en los sindicatos verticales o en la Administración, o tenían derecho a regentar un estanco, o
vendían “los iguales” si se habían
quedado tuertos o ciegos. Los mutilados de la España perdedora, por el
contrario, lo tuvieron mucho más complicado para poderse ganar la vida y
mantener a su prole. Aquella España profunda, digo, quedó reflejada de igual
manera en la novela “La familia de
Pascual Duarte”, donde el hijo le descerraja un tiro su madre mientras ambos
están sentados y silentes alrededor de una mesa camilla. Dice Cela en el prólogo: “Con el Pascual Duarte casi he tenido –en esta
ocasión- que recurrir a la cirugía para podarle lo que le sobraba tanto como
para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena
jabonadura”. De seguido, señala que “ahora, al releerlo al cabo de los años, me
entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud, he preferido
dejar las cosas –en lo fundamental- como estaban y no andarle hurgando. No la
hurgues, que es mocita y pierde”. Con la película de Ferreri pasa algo
parecido. Los que conservamos una copia de esa película en DVD nos limitamos,
si acaso, a quitarle el polvo acumulado en su estantería y nos consolamos
pensando que, al menos, la censura no tocó la partitura de la música de Miguel Asins Arbó, que es magnífica. Ese
autor compuso las bandas sonoras de 25 películas españolas, entre ellas, “El inquilino”, “La vaquilla” y “Plácido”.
Barcelonés de nacimiento, murió en Valencia en 1996 a los 80 años.
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