jueves, 30 de agosto de 2018

No la hurgues...



A estas alturas de la película nos enteramos que la versión que siempre hemos visto en pantalla de “El cochecito” no se corresponde con la realidad. Según leo en El País: “El cochecito gira alrededor de su final, de la mirada de Isbert a su familia asesinada  antes de huir con su amado vehículo".  Don Anselmo había envenenado a su familia. Ganó el premio de la Crítica en la Mostra de Venecia, pero en España nunca se vio en su versión original. Lo impidió la  puñetera censura. En la película, se cuenta que don Anselmo había vendido las joyas de su familia para poderse comprar el motocarro.  Se modificó, de ese modo, el hecho de ser un asesino por el de convertirse en un fugitivo. Gregorio Belinchón explica en El País en referencia a la película de Marco Ferreri con guión de Rafael Azcona (basada en su relato “Pobre, paralítico y muerto”) que “al eliminar la penúltima secuencia -en la que don Anselmo ve salir los ataúdes de su casa- y cambiarla por una llamada de teléfono que da a entender que la familia está viva y le busca, el remate con su detención por la Guardia Civil pierde fuelle”. Con la masacre se entiende mejor la lúgubre frase final: "¿Me dejarán tener el cochecito en la cárcel?". En una breve secuencia aparecen caracterizados de frailes Azcona y Carlos Saura.  El film es un reflejo claro de aquella España profunda de posguerra, en un tiempo en que era fácil ver a diario por las calles mutilados de guerra. Los mutilados de la España ganadora, según su grado de mutilación, ocupaban cargos administrativos en los sindicatos verticales o en la Administración,  o tenían derecho a regentar un estanco, o vendían “los iguales” si se habían quedado tuertos o ciegos. Los mutilados de la España perdedora, por el contrario, lo tuvieron mucho más complicado para poderse ganar la vida y mantener a su prole. Aquella España profunda, digo, quedó reflejada de igual manera en la novela “La familia de Pascual Duarte”, donde el hijo le descerraja un tiro su madre mientras ambos están sentados y silentes alrededor de una mesa camilla. Dice Cela en el prólogo: “Con el Pascual Duarte casi he tenido –en esta ocasión- que recurrir a la cirugía para podarle lo que le sobraba tanto como para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena jabonadura”.  De seguido, señala que  “ahora, al releerlo al cabo de los años, me entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud, he preferido dejar las cosas –en lo fundamental- como estaban y no andarle hurgando. No la hurgues, que es mocita y pierde”. Con la película de Ferreri pasa algo parecido. Los que conservamos una copia de esa película en DVD nos limitamos, si acaso, a quitarle el polvo acumulado en su estantería y nos consolamos pensando que, al menos, la censura no tocó la partitura de la música de Miguel Asins Arbó, que es magnífica. Ese autor compuso las bandas sonoras de 25 películas españolas, entre ellas, “El inquilino”, “La vaquilla” y “Plácido”. Barcelonés de nacimiento, murió en Valencia en 1996 a los  80 años.

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