Mucho se está comentando estos días que
un restaurante de Balaguer, Nova Font
Blanca, ofrezca a su clientela, entre otros platos, “guardia civil andaluz a la brasa” con acompañamiento de pan
tostado y ensalada de lechuga, y “manitas
de jueces y fiscales del Constitucional”, o sea, manos de cerdo, a baja
temperatura y acabados a la brasa de carbón, en el menú del día. Ese
restaurante ya ganó en el programa “Joc
de cartes” de TV3 un concurso sobre cocina de los caracoles. Lo que no sé
es en qué consiste el plato “guardia civil andaluz a la brasa”. De cualquier
manera, este es un país donde tiempo inmemorial se ha llamado “carabineros” a unos crustáceos
decadópodos algo más grandes que los langostinos, muy rojos y de gran sabor y “soldaditos de Pavía” al bacalao
rebozado acompañado de un pimiento escarlata. Y no recuerdo que se molestasen
los miembros de ese Cuerpo armado español (ya desaparecido) encargado de
vigilar costas y fronteras y la represión del contrabando, por cierto, bastante
desprestigiado e inoperante. Fue el Cuerpo donde menos apoyos tuvo la
sublevación militar el 18 de julio de 1936 y se integró dentro del Ejército
Popular. Desapareció por una Ley de 15 de marzo de 1940. A partir de entonces
se encargó de sus funciones la Guardia Civil. Un cuerpo que también estuvo a
punto de desaparecer por deseo de Franco
y que al final no se llevó a cabo por la influencia persuasiva que ejerció
sobre el dictador su amigo Camilo Alonso
Vega. A mi entender, esos platos, bien sean del menú o estén fuera de la
carta, no constituyen delito de odio sino que más parece la idea chusca de un
cateto, como podría haber puesto otros platos con el nombre de “curas al marrasquino”, “toreros con picatostes”, “ediles al ajo arriero”, o “boticarios a la vallisoletana”. El
delito de odio es otra cosa. En los delitos de odio tipificados en el Código
Penal se tiene en cuenta el motivo o ánimo subjetivo que lleva la autor a
cometer el delito es su animadversión u hostilidad abierta hacia las personas o
hacia los colectivos en los que se integran por el color de su piel, su origen,
su etnia, su religión, su discapacidad, su ideología, su orientación u
identidad sexual, entre otros motivos discriminatorios. A mí me caen mal muchos
ciudadanos (“del rey abajo”, como diría Francisco
Rojas Zorrilla) y no por ello les deseo mal alguno. Simplemente les trato
con desdén y nunca tomaría con ellos café. Así de simple.
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