miércoles, 1 de agosto de 2018

Como pluma al viento



Todos los veranos nos empacha la prensa con las vacaciones reales, el “look” de la consorte el rey, las visitas protocolarias en el palacio de La Almudaina (propiedad de Patrimonio Nacional), los concursos de vela de Felipe VI en el velero “Aifos 500” (propiedad de la Armada) y los edulcorados posados familiares para la prensa del corazón. Atrás quedaron otros veraneos reales en el palacio de Marivent (cuyo mantenimiento sigue costando al gobierno balear 2’5 millones de euros anuales) y que ha perdido más glamour que el santanderino palacio de la Magdalena en el ya lejano verano de 1931. Pero ese palacio, al menos, (que costó 700.000 pesetas de 1912 y que fue vendido por Juan de Borbón en 1977 por 150 millones de pesetas durante el mandato como alcalde de Juan Hormaechea), se convirtió en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo gracias al empeño de Fernando de los Ríos y de Francisco Barnés. Tengo a mano “La vida en Santander” (Fermín Sánchez González, seudónimo “Pepe Montaña”, Aldus, Santander, 1950, Tomo III, 1925- 1937) donde se da cuenta del verano de 1930, el último del reinado de Alfonso XIII. El 19 de julio de aquel año, el rey regresaba de Inglaterra “como un pasajero más” a bordo del vapor Arlanza. El barco atracó en el muelle y el rey descendió por la escalera sur, montó en su gasolinera Fakun-Tu-Zin y se trasladó al Club Marítimo. En la escala le recibieron las autoridades. Allí estaba “todo Santander” vitoreando al monarca. Los santanderinos comentaban la “sencillez del rey”. ¿Sencillez? Todo menos eso. Pocos meses más tarde no opinaban del mismo modo. El pueblo español es, salvo honrosas excepciones, plebeyo hasta la grosería y cambiante como pluma al viento. No lo digo yo, lo describen los libros de historia.

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