sábado, 18 de agosto de 2018

Verde que te quiero verde




Con ese título, aprovecho para recordar a  Federico García Lorca cuando se cumple el octogésimo segundo aniversario de su asesinato en el barranco de Viznar, ordenado desde Sevilla por el malnacido Queipo de Llano, enterrado en La Macarena. Pues bien, prefiero ir a otra cosa. Menos mal que no tengo dinero para comprar un cuadro de Cézanne, Manet o Van Gogh impregnado con “verde de París”, la pintura de moda en la época victoriana. Así tendré menos posibilidades de morir envenenado por arsénico. Laura Galdeano, en un artículo publicado en Libertad Digital pone al lector los pelos de punta. Cuenta cuando en Londres, a mediados de siglo XIX, el médico Thomas Orton  acudió a casa de los Turner que acababan de enterrar a tres de sus hijos. Ese médico nada pudo hacer por salvar a la única hija superviviente. Lo que en apariencia era culpa de la difteria, la autopsia de la niña certificó que los cuatro hermanos habían sido víctimas del “verde de París”,  un pigmento verde brillante creado por el químico Carl Scheele que se utilizaba para decorar las casas de los burgueses. Y los Turner tenían de ese color los tapizados de muebles, las cortinas, e incluso el papel de las paredes. El “verde de París “era el color de moda en aquellos momentos en Inglaterra y en los Estados Unidos. Y ese pigmento con arsenato de cobre también los utilizaron algunos artistas en la realización de sus obras pictóricas. Laura Galdeano traslada al lector que “el profesor de química estadounidense Robert M. Kedzie publicó en 1874 el libroShadows from the Walls of Death” (“Sombras de las paredes de la muerte”) en el que advertía de su extremo peligro. Cansado de ser ignorado, decidió impregnar con arsénico las páginas de cien copias. Paradójicamente, el libro que debía salvar vidas se transformó en una potente arma. Hoy solo quedan cuatro ejemplares y se consideran los libros más peligrosos del mundo. Los custodia la Universidad de Michigan”. “Verde, que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. /El barco sobre la mar/ y el caballo en las montañas…”. ¿Dónde estás, Federico? ¿Y el maestro cojo? ¿Y los dos banderilleros? No acabó con vuestras vidas el arsénico del “verde de París”  sino el rencor, que todo lo devora. Espero que los responsables de tamaño disparate se dediquen a contar losas en el empedrado del infierno. Qué menos.

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