Con
ese título, aprovecho para recordar a Federico García Lorca cuando se cumple
el octogésimo segundo aniversario de su asesinato en el barranco de Viznar,
ordenado desde Sevilla por el malnacido Queipo
de Llano, enterrado en La Macarena. Pues bien, prefiero ir a otra cosa. Menos
mal que no tengo dinero para comprar un cuadro de Cézanne, Manet o Van Gogh impregnado con “verde de París”, la pintura de moda en
la época victoriana. Así tendré menos posibilidades de morir envenenado por
arsénico. Laura Galdeano, en un
artículo publicado en Libertad Digital
pone al lector los pelos de punta. Cuenta cuando en Londres, a mediados de
siglo XIX, el médico Thomas Orton acudió a casa de los Turner que acababan de enterrar a tres de sus hijos. Ese médico
nada pudo hacer por salvar a la única hija superviviente. Lo que en apariencia
era culpa de la difteria, la autopsia de la niña certificó que los cuatro
hermanos habían sido víctimas del “verde
de París”, un pigmento verde
brillante creado por el químico Carl
Scheele que se utilizaba para decorar las casas de los burgueses. Y los
Turner tenían de ese color los tapizados de muebles, las cortinas, e incluso el
papel de las paredes. El “verde de París “era
el color de moda en aquellos momentos en Inglaterra y en los Estados Unidos. Y
ese pigmento con arsenato de cobre también los utilizaron algunos artistas en
la realización de sus obras pictóricas. Laura Galdeano traslada al lector que
“el profesor de química estadounidense Robert
M. Kedzie publicó en 1874 el libro “Shadows
from the Walls of Death” (“Sombras de las paredes de
la muerte”) en el que advertía de su extremo
peligro. Cansado de ser ignorado, decidió impregnar con arsénico las páginas de
cien copias. Paradójicamente, el libro que debía salvar vidas se transformó en
una potente arma. Hoy solo quedan cuatro ejemplares y se consideran los libros
más peligrosos del mundo. Los custodia la Universidad de Michigan”. “Verde, que
te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. /El barco sobre la mar/ y el
caballo en las montañas…”. ¿Dónde estás, Federico? ¿Y el maestro cojo? ¿Y los
dos banderilleros? No acabó con vuestras vidas el arsénico del “verde de París” sino el rencor, que todo lo devora. Espero que
los responsables de tamaño disparate se dediquen a contar losas en el empedrado
del infierno. Qué menos.
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