Veinte de agosto, san
Bernardo de
Claraval, abad, impulsor de la reforma cisterciense y predicador de las cruzadas.
Medió a favor del papa
Inocencio II
en el conflicto que le enfrentaba con el antipapa
Anacleto II (
Pietro
Pierleoni) acusado de incesto con su hermana, con la que tuvo varios hijos,
y una desaforada promiscuidad. Pero otros estudiosos entienden que esa “mala
fama” fue para desprestigiarlo por su origen judío. A su muerte, Inocencio II
convocó el
Concilio de Letrán (1139)
donde se prohibió el matrimonio de sacerdotes, diáconos, subdiáconos y
monjes,
tener concubinas y la
permanencia en sus casas de de cualquier mujer diferente a las admitidas en el
Concilio de Nicea (325), es decir,
“aquella
persona que se sustrae a cualquier sospecha”: una madre, una hermana,
una tía, etcétera. En el
II Concilio de
Cartago (390) se insistía en el tema de la castidad. Y en el
I Concilio de Toledo (400) se decidió
que
“el clérigo cuya mujer pecare, tenga
potestad de castigarla sin causarle la muerte, y que no se siente con ella a la
mesa”; y además,
“si la viuda del
sacerdote o del levita se volviere a casar, sólo recibirá la comunión al fin de
su vida. En
II Concilio de Tours
(567) se fue más lejos: “Cualquier clérigo que se encuentre en la cama con su
esposa será excomulgado por un año y apartado del sacerdocio. Dos monjes no
podrán dormir en la misma cama”. Y en el
III
Concilio de Toledo (589) se dejó claro que “las mujeres de los clérigos que
pecaren con otro debían ser vendidas como esclavas y el precio se dará a los
pobres”. Pero hay más: En el
Sínodo de Pavía (1018) se prohibió a los
clérigos legar propiedades de la Iglesia a su prole. El
papa Nicolás II
ordenó la excomunión de los sacerdotes casados que no repudiasen a sus esposas
y prohibió a los laicos participar en misas celebradas por ellos -y de este
papa el
nicolaísmo, que así se denomina en la Iglesia católica a todo
lo relativo al matrimonio o amancebamiento de clérigos-. En el
Sínodo de
Melfi (1089), el
papa Urbano II impuso la esclavitud a las esposas de los
sacerdotes y que sus hijos fuesen abandonados. Y a día de hoy se sabe que la
Santa Sede conocía ya en 1963 la existencia de abusos sexuales en más de 1.000
menores por parte de más de 300 religiosos en Pensilvania. Existe un dosier
de
1.356 páginas sobre tales
monstruosidades. El papa
Francisco
está escandalizado. No es para menos.
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