Leo en El
Español que “el juego de luces, la inclinación del cristal, las dimensiones
del habitáculo, las tonalidades de las paredes e incluso la música: todo cuenta
para que cada espejo dé una versión distinta de la misma persona”. (…) “Los vaqueros que te hacían un cuerpazo en la tienda
parecen un saco de patatas cuando te los pones en casa”. Es el espejismo de la mercadotecnia.
Todo está estudiado para que el cliente compre. En el supermercado el carro
siempre se “escora a babor” para que te fijes en las baldas centrales de ese
lado de las estanterías. Y cuando coincides con un tertuliano de la tele en una
cafetería céntrica descubres que de cerca parece más delgado. Ya el colmo viene
cuando visitas un tanatorio y descubres que el difunto, a ataúd abierto, está
más resopladón y tiene mejor aspecto del que tuvo en vida, por el milagro de
los maquillajes practicados al fiambre y el esculpido a navaja en su pelo. El
mismo secreto sirve para las pescaderías, las fruterías y para los carteles de
bocadillos a gran tamaño que invitan al consumo inmediato. Las pescaderías
tienen una iluminación que consigue que parezcan más frescos los peces
expuestos y que sus escamas sean tan relucientes como las lentejuelas de Marifé de Triana cantando la copla “Torre de arena” en el Teatro Chino de Manolita Chen; las fruterías enceran las manzanas y los tomates
como si fuesen zapatos de charol aunque luego no sepan a nada; y los bocadillos
de los paneles a la hora de la verdad, cuando les hincamos el diente, tiene el
pan correoso y no resultan tan
apetitosos como los imaginábamos. Lo importante, o así parece, es comer con la
vista, vestir al dictado de los espejos inclinados y comprar donde te lleva el
carro sin la aparente ayuda de nadie.
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