Pepe
Fernández,
en Vozpópuli, a propósito de los
restos de Queipo de Llano enterrados
en La Macarena, señala algo que está en la mente ciudadana, sobre todo de los
nacidos tras la muerte de Franco:
“Los hijos y nietos de la transición del 76 han decidido alzar ahora la voz
para proclamar bien alto que no les gusta lo que se ocultó tras aquel pacto de
Estado, impuesto por los sables y el heredero político de Franco
a título de Rey”. Si echamos la vista a atrás nos damos cuenta de que todo fue
pactado como consecuencia de un miedo cerval generalizado a la muerte del
dictador, e incluso la Constitución del 78 está impregnada de ese desasosiego
imperante. Julia Navarro (“Nosotros, la Transición”, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1995) cuenta
(pág. 71) que “la política de ascensos de Gutiérrez
Mellado también causó problemas a los ya existentes: Él quería poner en
todos los puestos relevantes a la gente más demócrata y, sobre el papel, tenía
razón; pero le faltaba mano izquierda, así que la impresión que tenían en las
Fuerzas Armadas era que Gutiérrez Mellado ascendía a sus amigos, lo cual no era
verdad; pero ellos lo creían así. Pondré un ejemplo: Gutiérrez Mellado tomó la
decisión de ascender a Ibáñez Freire saltándose a Jaime Milans del Bosch, lo que provocó
un resentimiento profundo en este último. Fue un salto absurdo: se produjo una
vacante en la Dirección General de la Guardia Civil y como el titular tenía que
ser un teniente general, entonces ascendió a Ibáñez Freire saltándose a Milans
del Bosch; eso era algo que, si se hacía, podía tener consecuencias. Y las
tuvo”. Hoy ha muerto a los 95 años en Santander Alfonso Osorio, el que fuera vicepresidente segundo del Gobierno
con Adolfo Suárez. Señala Julia
Navarro, (pág. 63): “Casualidades de la vida, Osorio tuvo en Madrid de vecino a
Luis Roldán, quien compró a Carlos Ibarra, un empresario amigo de Tierno Galván, la vivienda situada en
la primea planta”, en el Madrid moderno. Lo que parece normal es que en las
Cortes Constituyentes se hubiese decidido hacer un referéndum para que los
españoles, que salíamos de una dictadura, nos decantásemos por la forma de
Estado, pasando por alto el dedo de Franco
al señalar sucesor a Juan Carlos
de Borbón. No existían derechos históricos, al haberlos perdido Alfonso XIII con su abandono cobarde en
sus funciones de jefe del Estado en 1931. Tampoco los tenía su hijo Juan, que intentó ponerse al lado de
los rebeldes durante la contienda sin éxito. En mayo de 1977 traspasó sus “derechos
dinásticos” en su hijo, que era ya rey. Algo que se me antoja absurdo e incongruente.
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