A mi entender, el problema no radica en exhumar los
restos de Franco de la cripta de
Cuelgamuros, en pleno Guadarrama, sino qué hacer con ellos. La momia del
dictador es una patata caliente, o esa falsa moneda que cantaba Imperio Argentina: “Gitana que tú serás como la falsa moneda/ que de mano en mano va y
ninguno se la queda”. No quieren la momia ni en su pueblo natal, El Ferrol.
Tampoco desean hacerse cargo de ella sus
nietos. En el archivo municipal ferrolano se descubrieron hace tiempo unos
documentos que acreditaban que la tumba existente en ese
municipio a favor de la familia de Franco no había sido comprada por ellos sino
que fue un regalo que hizo ese Ayuntamiento gallego en 1967 durante el mandato del
alcalde franquista Rogelio
Cenalmor, justificándola como “la gran deuda de gratitud que esta ciudad
tiene con su hijo más ilustre”. De la misma manera, aquel año se encargó una
estatua ecuestre (conocida popularmente como “el burro”) que hasta 2002
presidió la Plaza de España. El cuatro de julio de aquel año la desmontaron y se
la llevaron en un camión articulado,
dentro de en una jaula metálica protectora. Esa escultura quedó instalada en el
área cultural de la Armada, una vez cedida
en depósito por el Ayuntamiento por tiempo indefinido para el Museo Naval.
Y en la tumba ferrolana, donde nunca hay
una flor, se hallan los restos de los abuelos paternos, de una tía y de una
hermana menor de Franco. En fin,
esperemos que algún día el recuerdo del trasnochado franquismo y todo lo que
representa sea lo más parecido a simple polvillo de mariposa. O termine siendo
(como indicaba Ricard Vinyes en un artículo en El
País el 15/04/2002) como una fotografía
que reproduce la imagen quieta de una situación desaparecida. Es una cuestión de tiempo, que todo lo voltea a la tonalidad
sepia.
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