Ignacio
Camacho, en ABC,
en su artículo “El nigromante” compara
a Sánchez con Blacamán el bueno, el
personaje del cuento de García Márquez
que tenía la propiedad de resucitar a los muertos. Blacamán el malo forma parte de la novela corta “La increíble y triste historia de la
cándida Eréndira y de su abuela
desalmada”, escrita en 1968. Blacamán el malo era un adivino avaro que iba por los pueblos “vendiendo”
supuestos milagros y curiosos inventos, entre ellos un contraveneno, que vendía
con la ayuda de “un joven con cara de bobo” (Blacamán el bueno) al que utilizó
como cobaya y que, para poder llevárselo por las ferias, se lo tuvo que comprar
a su padre “por un real y dos
cuartilllos y una baraja de pronosticar adulterios”. Pero un día, Blacamán el
bueno se convirtió en un adivino rico
merced a sus milagros sanadores. Y muerto Blacamán el malo, Blacamán el bueno
mandó construir un mausoleo en el que instaló su sepultura y lo resucitó allí
dentro encerrado para vengarse. La nigromancia es la rama de la adivinación que
se dedica al vaticinio del futuro mediante la invocación de espíritus. “Algo parecido -señala Camacho- pero más prosaico y menos quimérico, es lo que pretende
hacer con Franco este Gobierno:
devolverle la vida política organizando un ejercicio de espiritismo en su
mausoleo. Sánchez, que el viernes llevará a Consejo de Ministros el expediente
de desentierro, aspira a completar la obra nigromántica de Zapatero, pionero en descubrir el fabuloso poder de agitación que
tienen en España los esqueletos”. (…) “Y no hay ninguno más atractivo que el de
Cuelgamuros, con su karma tétrico y esa grandilocuente, megalómana vocación de
trascendencia que expresa su esplendor siniestro”. (…) “Esta gigantesca
operación de propaganda en torno al Valle de los Caídos no quiere tanto exhumar
al dictador como revivirlo, reintegrarlo a la escena pública en su condición de
símbolo”. Sí, pero que siga
viviendo en otro lugar, no importa dónde, dentro del ataúd, como Blacamán el
malo.
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