Hoy sábado, 25 de agosto, leo el editorial de El Correo de Andalucía (“Cenizas a las cenizas”) algo
relacionado con la exhumación de los huesos de Franco: “Actualiza un tema que estaba muerto y –literalmente–
enterrado para la mayoría de los españoles con preocupaciones reales e
inmediatas, pero también favorece el que se cierre uno de los últimos y más ignominiosos
capítulos de nuestra historia, como es que en una democracia los huesos de un
dictador yazcan en el corazón de un inmenso monumento en su memoria. Son ahora
los españoles, la gente, con su inmensa e inequívoca capacidad de intuición,
quienes tienen que saber qué es grano y qué es paja; qué es obligación y qué es
distracción, y pedir al Gobierno que no se acostumbre a resolver los problemas
43 años después de que se produzcan”. Bueno, en algo no estoy de acuerdo con
ese editorial: al fin se va a resolver un problema que llevaba 43 años
enquistado en el limbo de la pereza. Una patata caliente que ninguno de los
gobiernos anteriores (UCD, PSOE y PP) quisieron tener en sus manos porque
abrasaba. Sólo la Ley de la Memoria
Histórica, auspiciada por el Gobierno presidido por Rodríguez Zapatero, impulsó una catarata de acontecimientos que
ahora comienza, pese al vergonzoso freno aplicado por Mariano Rajoy a esa Ley
al no dotarla de presupuesto y jactarse de ello públicamente. Pero Mariano
Rajoy, que siempre miró para otro lado y no supo enfrentarse a la bochornosa
corrupción existente en el seno del partido político que él presidía, es hoy,
por fortuna, algo del pasado y sólo corresponde a los tribunales de Justicia
poder evaluar en su justa medida los desmanes cometidos, como debe de ser en un
Estado de Derecho. Decía De Gaulle
que las guerras civiles no terminan nunca. Cierto. Pero bueno es que se saque a
un sátrapa, responsable de un golpe de Estado y de la inmensa tragedia que aconteció
después y que perduró en el tiempo hasta su muerte en la cama, del monumento faraónico
construido en su honor con el sudor y
las lágrimas de muchos republicanos decentes y, también, que sea su familia la
que se encargue, si así lo desea, de conservar sus huesos. Y si su familia no
lo desea, siempre existirá la fosa común. Cada día se sacan del madrileño Cementerio de La Almudena alrededor de
3.000 cadáveres por el peregrino hecho de no poder, o no querer, pagar los allegados
al difunto las correspondientes tasas municipales. Van directamente a la fosa común. Y no pasa
nada. El editorial de ese diario sevillano termina diciendo que “si encima
podemos dejar de hablar de Franco este mismo año, mejor que mejor”. Puede,
pero va a ser difícil mientras existan restos de españoles olvidados en las
cunetas.
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