Me alegra saber que la Biblioteca Nacional ha
comprado 13 incunables, entre ellos el “Cancionero
de Zaragoza” de 1492. Era hasta ahora “un incunable en paradero desconocido”,
que había pertenecido a los jesuitas de Sevilla, a Gaspar Melchor de Jovellanos y a Pedro Vindel, un tipo hecho a sí mismo cuya historia merece contarse.
Pedro Vindel Álvarez (1865-1921), también conocido por el “Pergamino Vindel” (en la imagen),
que consta de 7 canciones de amor con sus correspondientes pentagramas, escrito
por el trovador de Vigo Martín Códax
en el siglo XIII y que Pedro Vindel lo encontró de casualidad en su librería
madrileña en 1914. Estaba escondido dentro de un libro de Cicerón y nadie conoció aquel descubrimiento excepto Emilia Pardo Bazán. Según sus
descendientes, el manuscrito se ha valorado más fuera de España que dentro. De
hecho, estuvo expuesto en una vitrina en la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva
York junto a manuscritos de Beethoven
y de Stravinsky, lo que demuestra
que España es un país de artistas que no ama a los artistas. Vindel había
nacido en Olmeda de la Cuesta (Cuenca) y a los 10 años se marchó de casa sin
apenas saber leer ni escribir por desencuentros con su padrastro. Anduvo con
titiriteros y ejerció diversos oficios. Nunca volvió a su lugar de nacimiento.
Por ironías del destino, llegó a ser un importante librero en Madrid y un experto
descifrador de códices. Y en Madrid se relacionó con Azorín, Pardo Bazán y
otros escritores de la Generación del 98. Hasta llegó a publicar un libro: “Registrum Pecatorum”. Quiero pensar que han
sido ahora sus descendientes directos, José
Manuel Fernández-Jardón Vindel (bisnieto) y Luis Alejandro Fernández-Jardón García (tataranieto) quienes han
conseguido que el “Cancionero de Zaragoza”
esté a buen recaudo en el sitio que merece y forme parte de nuestro Patrimonio.
Más vale tarde que nunca. Por cierto, Jovellanos, gijonés de nacimiento, había
llegado a Sevilla con 24 años. Se le había nombrado Alcalde del Crimen de la
Real Audiencia de Sevilla después de haber concursado sin éxito a una cátedra
de Derecho en Alcalá de Henares. Allí conoció al influyente Pablo de Olavide. A esa época
corresponde la descripción que de él hace Cea
Bermúdez. En 1778 regresó a Madrid. ¿Se llevó consigo el “Cancionero de Zaragoza” hasta Madrid tras
habérselo comprando en Sevilla a los jesuitas? Posiblemente.
Por todos es conocido que 60 años más tarde, tras la Desamortización de
1835, algunos poderosos se hicieron con magníficas obras de arte por muy poco
dinero. Los jesuitas siempre tuvieron mucha intuición y tal vez se adelantaron
a lo “inevitable”. Esos clérigos, listos
como el hambre, ya entonces eran conscientes de que la desamortización
española sería un largo proceso histórico, económico y social iniciado a
finales del siglo XVIII con la denominada «Desamortización de Godoy» (1798). Sabían que resultaría harto dificultoso pretender
“salvar los muebles”. Y, en mi opinión, los frailes fueron haciendo caja.
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