viernes, 9 de agosto de 2019

Elogio del frasco de agua de los viejos cafetines



Ya va siendo difícil encontrar un viejo cafetín para sentarse. Han ido desapareciendo de las ciudades y sus locales se han convertidos en entidades de crédito o tiendas de ropa. Todavía recuerdo algunos, con sus veladores de hierro fundido y mármol, y encima siempre la presencia muda de una botella de cristal grueso con tapa de baquelita. Esas mismas botellas también se encontraban en las mesillas de noche de las fondas de estación. Yo solía hospedarme en Zamora en la fonda de estación de ferrocarril, cerca de la avenida de las Tres Cruces. Me lo habían recomendado y no se dormía mal. Acostumbrado durante muchos años  a vivir en una casa cercana a la vía del tren, no me afectaban ni los silbidos de las locomotoras ni el ruido de los convoyes cuando pasaban a toda velocidad y conseguían que mi casa, ya de por sí vieja,  retumbase como si fuese a producirse un terremoto. Por eso digo que no me incomodaba pasar una o dos  noches en la fonda cuando todavía estaba soltero. En uno de mis últimos viajes, después de haber pasado unos días en Portugal, ya no me hospedé allí. Iba con la familia y por unanimidad optaron por pasar la noche en un hotel cerca de una plaza donde está la estatua de Viriato, que juzgaron más apropiada.  Pero, ya digo, nunca se me cayeron los anillos por  pernoctar en la fonda de la estación, donde para mi sorpresa habían colocado en sus inmediaciones una locomotora de vapor rodeada de una verja. El edificio es elegante, con reloj en la fachada y de estilo neoplateresco. Curiosamente comenzó a edificarse en 1927 y no estuvo operativa hasta 1958, cuando derribaron el anterior edificio que databa de 1864. El responsable de aquella pensión ferroviaria era un hombre de gran parecido con Manolo Caracol, siempre dispuesto a agradar a los huéspedes. Y recuerdo, también, que sobre la mesilla de noche había una de aquellas botellas de vidrio grueso con tapa de baquelita llena de agua. El dueño me contó que el agua era medicinal, rica en fluoruro sódico, y que se la traían desde Verín en garrafas, aunque no recuerdo de qué manantial, si de Sousas, de Cabreioá o Fontenova, o simplemente tomada del río Támega. En Verín es típìco el Entroido (Carnaval) y el cigarrón, un personaje cuya indumentaria cosiste en medias blancas, pantalón corto con ribetes de colores, corbata, chaqueta y un cinturón del que cuelgan cencerros, cuyo oficio consistía en ir de esa guisa estrafalaria armando ruido para levantar la caza al conde de Monterrey; aunque otros creen que era una forma de hacerse notar entre los vecinos para que supiesen de su llegada y poder cobrarles impuestos. Al que no llegué a conocer en la Ciudad de Doña Urraca fue a Bellido Dolfos, autor del magnicidio de Sancho II. Le clavó un puñal al rey mientras exoneraba el vientre. Hay que ver, qué cosas… Hubiese conseguido un buen reportaje.

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