jueves, 22 de agosto de 2019

Nostalgia de las azucareras aragonesas



Leo en la sección gastronómica de Heraldo de Aragón algo que me parece sorprendente referido a la fiesta patronal del municipio de Romanos en honor de san Bartolomé. Me refiero a la vieja costumbre de comer migas con las manos y beber el vino que discurre por una  teja de arcilla. Parece ser que es una tradición ya documentada en 1926. De esa manera, al parecer, se despedía a los segadores foráneos una vez terminada la campaña de la siega. En Romanos ya forma parte del Derecho Consuetudinario que las migas se sirvan directamente de la rasera a la mano, aunque quemen, y que el vino se derrame directamente del almud a la teja y de la teja a la boca del sediento. De esa manera, quien desee beber vino deberá ponerse de cuclillas para poder llegar a la bocateja. Señala ese diario aragonés que, mientras eso acontece, otros vecinos, ‘armados’ con escobas de hebras de palma o mimbre, propinan escobazos balanceando la escoba en círculos a la altura de los hombros a todo el que no se agache cuando termina la cantilena que interpreta una comparsa. Romanos es un pueblo tranquilo, situado entre los arroyos del Orcajo y de la Fuente Vieja en una extensa planicie a 83 kilómetros de Zaragoza dentro de la comarca del Campo de Daroca y de apenas 129 habitantes, pero con motivo de su fiesta patronal la población se quintuplica. En el llamado Crucero existen tres bifurcaciones, toda ellas señaladas con su correspondiente peirón: una, que desde el peirón de Entrecaminos conduce a Mainar, Villarreal de Huerva y Villadoz; otra, que desde el peirón de san Antonio de Padua se llega hasta Badules; y una tercera, que desde el peirón de la Venta puede caminar el viajero hasta Daroca. En todos esos pueblos se cultivaba remolacha, que más tarde se transportaba hasta las fábricas de Santa Eulalia del Campo (de Compañía de Industrias Agrícolas) y de Terrer (propiedad del Grupo Ebro) hasta sus respectivos cierres: la de Santa Eulalia, en 1985; la de Terrer, a principios de los 70. Al tiempo, llegarían otros cierres: la Azucarera del Ebro, en Luceni, en 1984;  la azucarera de Nuestra Señora de las Mercedes, en Alagón, en 1993, y la azucarera del Jalón, en Épila, en 1995. El cierre definitivo de esas azucareras supuso para muchos municipios aragoneses la diáspora de numerosos vecinos jóvenes sin perspectivas de futuro y, en consecuencia, el envejecimiento progresivo de núcleos pequeños, hasta concluir en lo que ahora  se entiende por la “España vaciada”. Esa España profunda donde se conservan viejas tradiciones; y que, desde los despachos, los políticos elegidos por los viejos que quedan en esas aldeas esperando la muerte, se empeñan en destemplar. ¡Qué ironía!

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