Leo en la sección gastronómica de Heraldo de Aragón algo que me parece sorprendente referido a la
fiesta patronal del municipio de Romanos en honor de san Bartolomé. Me refiero a la vieja costumbre de comer migas con
las manos y beber el vino que discurre por una teja de arcilla. Parece ser que es una
tradición ya documentada en 1926. De esa manera, al parecer, se despedía a los
segadores foráneos una vez terminada la campaña de la siega. En Romanos ya
forma parte del Derecho Consuetudinario que las migas se sirvan directamente de
la rasera a la mano, aunque quemen, y que el vino se derrame directamente del
almud a la teja y de la teja a la boca del sediento. De esa manera, quien desee
beber vino deberá ponerse de cuclillas para poder llegar a la bocateja. Señala
ese diario aragonés que, mientras eso acontece, otros vecinos, ‘armados’ con escobas de hebras de palma o mimbre, propinan escobazos balanceando
la escoba en círculos a la altura de los hombros a todo el que no se agache
cuando termina la cantilena que interpreta una comparsa. Romanos es un pueblo
tranquilo, situado entre los arroyos del Orcajo y de la Fuente Vieja en una
extensa planicie a 83 kilómetros de Zaragoza dentro de la comarca del Campo de
Daroca y de apenas 129 habitantes, pero con motivo de su fiesta patronal la
población se quintuplica. En el llamado Crucero existen tres bifurcaciones,
toda ellas señaladas con su correspondiente peirón: una, que desde el peirón de
Entrecaminos conduce a Mainar, Villarreal de Huerva y Villadoz; otra, que desde
el peirón de san Antonio de Padua se llega hasta Badules; y una tercera, que
desde el peirón de la Venta puede caminar el viajero hasta Daroca. En todos
esos pueblos se cultivaba remolacha, que más tarde se transportaba hasta las
fábricas de Santa Eulalia del Campo (de Compañía de Industrias Agrícolas) y de
Terrer (propiedad del Grupo Ebro) hasta sus respectivos cierres: la de Santa
Eulalia, en 1985; la de Terrer, a principios de los 70. Al tiempo, llegarían
otros cierres: la Azucarera del Ebro, en Luceni, en 1984; la azucarera de Nuestra Señora de las
Mercedes, en Alagón, en 1993, y la azucarera del Jalón, en Épila, en 1995. El
cierre definitivo de esas azucareras supuso para muchos municipios aragoneses
la diáspora de numerosos vecinos jóvenes sin perspectivas de futuro y, en
consecuencia, el envejecimiento progresivo de núcleos pequeños, hasta concluir
en lo que ahora se entiende por la “España
vaciada”. Esa España profunda donde se conservan viejas tradiciones; y que,
desde los despachos, los políticos elegidos por los viejos que quedan en esas aldeas esperando la muerte, se empeñan en destemplar.
¡Qué ironía!
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