Hoy, en ABC,Ramón Pérez-Maura, en su artículo “Argumentario republicano”sostiene cinco razones en defensa de la
Monarquía: “1) La Monarquía representa la pluralidad
de indentidad y la constante renovación dentro de la continuidad. 2) La
Monarquía es un sistema más moderno. 3) La Monarquía permite la independencia.
4) El peor rey es mejor. 5) No es el sistema perfecto; es el mejor posible”.
Empecemos por el final: eso de que “la Monarquía no es un sistema perfecto”
todos lo sabemos. Pero le recuerdo a Pérez-Maura que eso de que “no es un
sistema perfecto, pero es el menos malo” no se dijo de la Monarquía, sino de la
Democracia, que es perfectible. No cabe duda de que el sistema político más
perfecto es el que está basado en un sistema electoral. En consecuencia, la base de la Democracia es que cada persona tiene un voto
y además es libre para decidir qué hace con él. A eso se añade que todos los
votos valen lo mismo, lo que significa que todos tenemos el mismo valor político sea cual sea el nivel
de formación de cada uno. En España, a la muerte de Franco, debió de hacerse un referéndum para conocer qué forma de
Estado deseaban los españoles: si Monarquía o República. En una entrevista, Adolfo Suárez le contó a Victoria Prego la razón por la que no
se le preguntó a la ciudadanía si deseaba a un monarca puesto a dedo por Franco
durante la dictadura del sátrapa o una República. Se optó por lo menos
comprometido, es decir, se prefirió meter a Juan Carlos de Borbón en la Ley
para la Reforma Política porque -según Suárez- un referéndum se habría
perdido. ¡Ahora se entiende! Y se
incluyó (como si se tratase de la letra pequeña de los contratos) dentro del “paquete”
en el referéndum de la Constitución de
1978 por ver si “colaba”. Y coló. Los españoles eran conscientes entonces
de que valía más aprobar “lo que se ofertaba” en aquel saco imperfecto que
seguir con lo todo anterior, que apestaba
a podrido. También dice Pérez-Maura que “el
peor rey es mejor”. ¿Mejor que qué? Sólo se ha faltado añadir: “¡Vivan las cadenas!”,
como gritaron los insensatos españoles al regreso de Fernando VII. En el mismo artículo, Pérez-Maura trata de “justificar”
que la Monarquía de la Segunda
Restauración plasmada en la persona de Juan Carlos de Borbón tuvo tres
legitimidades sucesivas y complementarias: “La
primera, efectivamente, la que le dio el régimen de Franco. La segunda, la que
recibió del Conde de Barcelona el 14
de mayo de 1977 con la renuncia a sus derechos. Y la tercera, la que le dio el
pueblo español el 6 de diciembre de 1978”. A mi entender, de esas “tres
legitimidades”, ninguna de ellas se sostiene en pie. Sobre una de ellas, ya
acabo de decirlo que pienso. Sobre otra, la legitimidad que le dio Franco,
suena a chascarrillo malo; y, la tercera, la recibida por Juan de Borbón, fue como la representación del fragmento de una
opereta vienesa de trama disparatada. ¿Qué derechos históricos podía poseer el
hijo de un monarca descoronado y que en 1931 abandonó el trono por cobardía?
Hasta Amadeo de Saboya demostró
tener más dignidad cuando se disponía a comer en el Café de Fornos y recibió aquel famoso “recadito” el 11 de febrero de 1873. Porque,
eso que se contó después que había dicho Alfonso
XIII, que “se iba de España por evitar un derramamiento de sangre, es una
frase novelada que se le atribuyó al entonces ministro de Marina, José de Rivera y Álvarez de Canedo.
Lo cierto es que durante el Consejo de Ministros convocado a las 16’30 de aquel
14 de abril de 1931, el jefe de Gobierno, Juan
Bautista Aznar-Cabañas, recibió una nota de Niceto Alcalá-Zamora para que el rey fuese enviado a gastos pagados
hacia Cartagena, como si se tratase de un paquete de Amazon. Sólo el ministro de Fomento, Juan de la Cierva Peñafiel (padre del inventor del autogiro), sostuvo
que el rey debía quedarse. Juan de Borbón, que se hallaba en San Fernando
(Cádiz) haciendo un curso de infantería de marina, fue evacuado a Gibraltar y el
resto de su familia partió al exilio al día siguiente en tren desde la estación
de El Escorial. En una patética entrevista de Julián Cortés
Cabanillas a Alfonso de Borbóndurante su última estancia en el Gran Hotel de
Roma donde murió de una angina de pecho, el exmonarca le confesó apenado: “Estoy pasado de moda. A la
larga, los reyes exiliados aburrimos”.
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