martes, 20 de agosto de 2019

Impasse político



No sé por qué, Pablo Iglesias me recuerda la letra de la tonadilla “La niña de la estación” que cantaba gloriosamente Concha Piquer. “¡Adiós, señor, buen viaje!/
¡Adiós, que lo pase bien!/ ¡recuerdos a la familia!/ al llegar escríbame…”.
Pero resulta que Sánchez sigue en Doñana mirando a las nubes que pasan. E Iglesias, en vista de que no tiene a nadie que le escriba, como aquel coronel retirado en la novela de Gabriel García Márquez. El coronel escribió una carta al Gobierno demandando su pensión, que no llegaba. La novela pretende reflejar el sentimiento de desasosiego ante la espera. Algo parecido le sucede a Iglesias, que quiere retomar el diálogo con Sánchez y recibe la negativa por respuesta por segunda vez. El presidente en funciones no quiere asignar carteras ministeriales a miembros de Unidas Podemos en un posible futuro Gobierno. Sabe que eso encierra mucho peligro, tanto como el episodio de listeriosis en esa partida de carne mechada contaminada que no sabemos en qué quedará. Y Pablo Iglesias, transformado en la niña de la estación, la señorita Adelina,  se pasa el día haciendo saludines por los andenes de Galapagar-La Navata y por los atajos a Moncloa sabedor de que es desafortunado en su pretensión de llevar a Sánchez hasta el huerto de los olivos. Claro, la copla de la Piquer podía entenderse en la España de 1943, cuando vieron la luz  tanto la letrilla como la música gracias a Rafael de León y el maestro Quiroga. Como contaba Ignacio Miranda (ABC, 24/01/2019) “eran años en los que el subconsciente colectivo necesitaba recrearse en historias imaginarias en la radio y los teatros, a falta de redes sociales”. Pero ahora la cosa ha cambiado. Hoy, Miquel Giménez, en su artículo “El diabólico carrusel político” (Vozpópuli), escribe que “el carrusel de la política sigue dando vueltas y más vueltas para no ir hacia ninguna parte. Quienes se sientan en esos caballitos de cartón, tan bonitos como falsos, están encantados con el sube y baja de los mismos, con la musiquilla simpática que suena y con el olor a azúcar, a palomitas, a churros. Lo suyo es la perpetua fiesta, el jolgorio y la algazara. Qué más les da lo que pase en el país, si ellos siguen montados tan ricamente en esa rueda que no parece detenerse jamás. No son tontos, aunque en no pocas ocasiones lo parezcan. Saben que, cuando cese la musiquilla y caballos, coches de bomberos o aviones dejen de moverse, tendrán que apearse”. Ya veremos lo que sucede en septiembre, cuando Sánchez tenga que definirse y deba dar soluciones a este impasse de vacío de poder. Una de dos: o consigue alianzas al estilo de “tío, pásame el río” y las necesarias abstenciones para ser investido, o a las urnas de punta cabeza. En democracia no se le puede mandar un “recado” a Sánchez  a la manera que se hizo con Amadeo I mientras esperaba la comida en el madrileño Café de Fornos aquel frío 11 de febrero de 1873. El hasta entonces rey de España, ni se inmutó. Pidió una copa de grappa, volvió a Palacio, tomó a su familia y se largó a la Embajada de Italia. Ruiz Zorrilla no pudo convencer  al rey para que diese marcha atrás. Esa misma tarde se proclamó la Primera República. Eso hoy sería inimaginable.

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