Miedo me da que el Gobierno en funciones estudie el
pago de un “pequeño peaje” en las autovías, hasta ahora gratuitas. Como decía
aquel maestro que vigilaba a los educandos en tiempo de recreo: “Cuidado,
niños, que se empieza jugando y se termina llorando”. Aquí todo es empezar. Se
empieza cobrando un pequeño “óbolo”, como ahora pretende Ábalos, en las autovías y se termina pagando hasta por circular por
los caminos vecinales, al margen del conocido “Impuesto de Circulación”, que cobran todos los municipios por pequeños que sean a mayor gloria de las
arcas locales. Dice ahora el ministro de Fomento en funciones que ese “pequeño
peaje” serviría para poder hacer frente a un mantenimiento de firmes, que al Estado
le cuesta 11.000 millones cada año, y abunda en que esa recaudación se
emplearía para reducir el importe de los peajes en las autopistas de gestión
privada. En unas recientes declaraciones a El
País, el ministro de Fomento ha manifestado que “el que contamina, paga”.
Vale, muy bien, parece correcto. Pero, yo me pregunto: ¿Dónde van aparar los abultados impuestos que el ciudadano paga
en los carburantes? ¿Dónde va a parar el dinero recaudado por multas de tráfico?
Sin duda, a la nube del despilfarro, que como dijo Carmen Calvo “el dinero público no es de nadie”. Con datos de la
Intervención General del Estado de hace cinco años, España disponía de unos
22.500 coches oficiales más una cantidad incontrolada de vehículos de empresas
públicas y organismos de titularidad pública con un coste aproximado de 1.200
millones de euros al año. He aquí el desglose: 864 pertenecen a la Administración
Central, 11.000 a ayuntamientos, 9200 a Comunidades Autónomas, 1200 a
Diputaciones Provinciales y unos 300 a
mancomunidades. A esa cifra habría que añadir una cantidad incontrolada de
vehículos oficiales que prestan sus servicios en empresas públicas, organismos
oficiales y empresas con participación pública, que incrementaría ese número
hasta los 40.000. ¿Cuántos millones de euros cuesta la gasolina para moverlos?
¿De cuántos chóferes y personal de mantenimiento hablamos? Habría que añadir los
costes de seguros, ITV, horas extraordinarias y piezas de repuesto. No pasa
nada. Ese es el chocolate del loro. Pero es que aquí hay muchos loros, que
hasta son capaces de recitar las obras completas de Gabriel y Galán y hasta del aburrido Leopoldo Lugones con tal de mantener las mamandurrias A.M.D.G.,
como el título de una novela publicada por Ramón
Pérez de Ayala en 1910, o seas, dos años antes de que Galdós concluyese la serie final de los “Episodios Nacionales” con el tomo “Cánovas”. Es curioso que Ábalos
siembre la semilla del posible gravamen (él dice “pequeño peaje”) justo ahora,
cuando comienza la recuperación de las concesiones de autopistas y cuando los
vencimientos se van a producir en cascada, algunas en pleno invierno como es el caso de la AP-1 entre Burgos y
Armiñón, hasta ahora explotada por Itinere,
(que ya negocia el ERE de 111 trabajadores) y que desde diciembre quedará libre
de pago. Al ministro le espanta el
recuerdo de la AP-6, cuando muchos ciudadanos se vieron atrapados por la nieve,
y pretende ahora poner la venda antes de que se produzca la herida. De ahí que
comentase a Eduardo Fernández (El Mundo, 09/11/18) que “hay
que encontrar con urgencia una fórmula que garantice el mantenimiento de las
vías”. Y ya parece que el ministro de Fomento en funciones ha dado con la
milagrosa receta: café para todos.
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