martes, 27 de agosto de 2019

Gárgaras y estornutatorios



Llega una edad en la que a uno le sorprenden menos cosas. Pero no deja de sorprenderme  el “Arte de enfermería”, compuesto por el fraile José Bueno y González, prior del convento- hospital de la Santa Misericordia, en El Puerto de Santa María, para alivio de los coquineros enfermos, si bien sus vecinos siempre prefirieron que les llamen con el gentilicio de portuenses.Tres son las cárceles que se encuentran en su término municipal y tres son también sus gentilicios, porque me dejo uno, el de porteños,  como reconocía la Real Academia Española en su Diccionario de la Lengua en 1884. Los tres gentilicios son válidos, y no tengo nada más que añadir. Pues bien, el “Arte de Enfermería” al que hago referencia constituye la “Segunda parte de la instrucción de novicios” y fue impreso en Madrid (oficina de don Juan Nepomuceno Ruiz) en diciembre de 1833. Y en ese arte de curar se incluyen las terapias de las gárgaras y los estornutatorios. Sobre las gárgaras se señala en el libro que son “uno de los remedios importantes en los garrotillos”. Ese vocablo ya aparece registrado en los diccionarios del siglo XVIII (edición de 1734) y evocaba el “garrote vil” utilizado para ejecutar a plebeyos y villanos, donde se plasma: “Enfermedad de la garganta por la hinchazón de las fauces, que embaraza el tránsito del alimento, o la respiración”. A partir del siglo XIX el garrotillo se definió como difteria, nombre proveniente del griego “memvráni” (membrana) que se incorporó al Diccionario en 1884. Álex Grijelmo (El País, 28/06/15), a propósito de la muerte de un niño de Olot al que sus padres se negaron a vacunar, recuerda algo dicho por Enrique Jardiel Poncela: “La Medicina es el arte de acompañar al sepulcro con palabras griegas” (tomado de una cita de Fernando Polanco: “Manual de escritura académica y profesional”. Ariel, 2014). “Los estornutatorios -según el manual del fraile José Bueno- se introducen por la nariz en polvos, cocimientos, vapor, humo, calillas. Los polvos se dan en forma de tabaco, y si el enfermo no estubiere (sic) capaz de tomarlos, el enfermero se los introducirá soplando con un cañón de pluma…”. No cabe duda de que el estornudo, ese acto reflejo, súbito y compulsivo, tal vez sea la reacción fisiológica sobre la que más teorías raras se han escrito desde la antigüedad. Ya Aristóteles mantenía que el estornudo tenía una naturaleza sagrada. La costumbre de decir “¡Jesús!” o “¡salud!” cuando alguien que tenemos cerca estornuda viene del sigloVI, cuando el papa Gregorio I ordenó decir “que Dios te bendiga” a aquellos que estornudaran con motivo de una epidemia de peste y como deseo para que no les atacase la mortal enfermedad. En España, después de la epidemia de cólera de 1881, solía decirse “¡Dios te ayude!”, o “¡Jesús, María y José!” cuando los estornudos se producían en cadena. Era como una forma verbal de “tocar madera” para espantar la mala suerte.

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