Dice Chema
López Juderías, director de Diario de
Teruel, que los veranos sin pueblo son menos verano. Y recuerda sus
veraneos en Monreal (supongo que se referirá a Monreal del Campo, en la comarca
del Jiloca) como algo que recuerdan con nostalgia aquellos que, por diversos
motivos, se han quedado sin pueblo como yo me quedé sin abuela. Hoy “tener
pueblo” es un lujo que muy pocos ciudadanos pueden decirlo con orgullo. Los
pueblos se vacían como el agua de un bidé y sólo un grupo de ancianos achacosos
se reúnen cada día en el lugar de costumbre para recordar tiempos pasados envueltos
en la dura costra de la melancolía. Cuenta López Juderías que en el Casino se hacía la mejor ensaladilla
rusa del mundo, que el Carlos era el
más bonito bar de todo el planeta, que en el Farañás (otro bar) había que esperar a alguien que llegaba en el
coche de línea, que la Maximina hacía
unas tortillas de patata que eran las mejores del universo; y que, cuando ya
fue un poco mayor, terminaba el día tomando algo en Los Morritos, “un bar que tenía dos enormes labios de mujer como
ventanas”. Yo no sé si Chema López Juderías siente ahora un profundo esplín de
su añorado pueblo, anclado en su mesa de despacho de la turolense avenida de
Sagunto, o saca sus recuerdos a ventilaral son imaginario de los bugui-buguis
de sinfonola en aquellas horas muertas, cuando pedía otro chato de vino en la
barra con el espíritu generoso de un bandolero. El ser humano se adapta con
rapidez a todas las situaciones.
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