Hace años, recuerdo que, como en
verano no sucedía casi nada, la prensa contaba la estancia de Franco en San Sebastián o en el Pazo de
Meirás, o que en el cielo de no sé qué pueblo se había divisado un ovni, o que
las piscinas de la España interior estaban abarrotadas. Ahora la cosa ha
cambiado. A muchos periodistas les extraña que, impasible el ademán, Pedro Sánchez se encuentre de
vacaciones en Doñana, o que Felipe VI
esté estos días en “paradero desconocido”. A mi entender, uno y otro deberían
estar siempre localizables, puesto que se trata del presidente del Gobierno,
aunque sea en funciones, y del Jefe del Estado, que lo son las veinticuatro
horas del día. Este verano sí están pasando cosas. Ada Colau cuenta a los medios que los apuñalamientos en Barcelona
son puntuales. Sí, sí, puntuales pero ya van ocho casos este verano; la fortuna
de los Pujol se cifra en 290
millones de euros; los migrantes del Open
Arms siguen de aquí para allá sin poder fondear y esperando a que algún país
los recoja y asile ante la impotencia de Bruselas; y lo más chocante: Trump pretende comprar Groenlandia a Dinamarca (2'166 millones de kilómetros
cuadrados) ante la risa desternillante de Margarita
II, supongo que de un modo parecido
al que en 1867 los Estados Unidos compraron al zar Alexander II de Rusia el territorio de
Alaska (1'718 millones de kilómetros cuadrados) por la ridícula cifra de 7’2 millones de dólares, mediante una
transacción auspiciada por William
Seward, entonces secretario de Estado. Sólo en los primeros cincuenta años
de propiedad, los norteamericanos obtuvieron ganancias cien veces superiores al
valor de adquisición en un territorio helado aunque lleno de recursos
naturales, entre ellos el petróleo. Lo peor para los Estados Unidos es que los
rusos, para entonces, ya había esquilmado la población de nutrias. Alaska un
día fue de soberanía española español. Borja
Cardelús lo explicaba acertadamente en ABC
(18/06/17): “Discurría el último cuarto del siglo
XVIII, y España se hallaba sólidamente asentada en California con sus Misiones,
desde que Carlos III decidió
ocuparla para contener el avance ruso y evangelizar a los nativos”. Eran
tiempos en los que no se podía precisar con rigor que el Estrecho de Anian
conectase el Atlántico con el Pacífico, como se trataba de precisar desde el
siglo XVI. Debido a que no se detectó la presencia de rusos-sigue diciendo
Cardelús-, España dispuso entonces un parón de las expediciones durante los
siguientes diez años, algo que sería letal para sus intereses. Porque el viaje
de Cook ‘descubrió’ para Europa la
existencia de la costa pacífica norteamericana y su potencial en pieles de
nutria marina, comercio sobre el que se lanzaron muchas naciones, además de los
recién nacidos Estados Unidos, mientras España, interesada por otras cuestiones
de más altas miras como la soberanía y la evangelización, ignoraba tal
comercio. El creciente cabotaje internacional en la zona decide a Carlos III a
consolidar los derechos españoles, y Esteban
Martínez y Gonzalo López de Haro navegan
hacia el Norte, descubriendo finalmente no sólo que Rusia pretende establecerse
en Nutka, sino queInglaterra también quiere fijar allí una base comercial.Esto era
intolerable para España, que despacha de nuevo a Martínez, esta vez con tropas
para ocupar formalmente Nutka y desalojar a cualquier forastero. Llegados a la
bahía, construyen el fuerte de San Miguel,
se encuentran con dos buques privados norteamericanos, a los que Martínez
libera, otro portugués y dos ingleses, que requisa sin miramientos, y apresa a
sus capitanes. El
conflicto con Gran Bretaña estaba servido. Muerto Carlos
III, el nuevo virrey de Nueva España, el conde
de Revillagigedo, ordena reforzar el asentamiento de Nutka y la soberanía
española en la región. El capitán Salvador
Hidalgo, al mando de los Voluntarios de Cataluña, costea por el litoral de
Alaska, bautiza un paraje como Valdés, y en el fondeadero de Puerto Córdova
desembarca, se amista con los nativos y el 3 de junio de 1790 toma posesión de
Alaska en nombre del rey de España. El Imperio español alcanza así su máxima
extensión histórica.Al
día siguiente llegan los rusos, y no solo Hidalgo los ahuyenta, sino que busca
su base de operaciones, en la península de Kenai, y ante su vista iza de nuevo
la enseña española, ratificando sus derechos soberanos sobre Alaska. Mientras
tanto, ha crecido la indignación británica sobre los apresamientos de Nutka,
que a punto estuvieron de provocar una guerra internacional, con España y
Francia de un lado e Inglaterra y Holanda de otro. De hecho, España y Gran
Bretaña se prepararon para la guerra, que Inglaterra, ya una potencia marítima,
deseaba fervientemente para desmantelar
la presencia española en la costa pacífica norteamericana, y apoderarse de sus recursos, en especial
la pesca y el comercio de pieles. Al final Inglaterra consiguió sus objetivos, no por
las armas, sino por los despachos. El convenio se firmó en 1791, pero
tardó cinco años en ejecutarse, y mientras tanto la base española de Nutka
sirvió de base de operaciones para los barcos británicos, rusos, franceses y
norteamericanos, que visitaban en número creciente la zona, además de la
expedición científica española de Malaspina.
Al final se
cumplió el acuerdo. España arrió su bandera en Nutka y desmanteló el
fuerte. Alaska y la costa pacífica
quedaron como zona libre de soberanía, y poco después los Estados Unidos se
harían con ella”.
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