viernes, 16 de agosto de 2019

Groenlandia no es Alaska


Hace años, recuerdo que, como en verano no sucedía casi nada, la prensa contaba la estancia de Franco en San Sebastián o en el Pazo de Meirás, o que en el cielo de no sé qué pueblo se había divisado un ovni, o que las piscinas de la España interior estaban abarrotadas. Ahora la cosa ha cambiado. A muchos periodistas les extraña que, impasible el ademán, Pedro Sánchez se encuentre de vacaciones en Doñana, o que Felipe VI esté estos días en “paradero desconocido”. A mi entender, uno y otro deberían estar siempre localizables, puesto que se trata del presidente del Gobierno, aunque sea en funciones, y del Jefe del Estado, que lo son las veinticuatro horas del día. Este verano sí están pasando cosas. Ada Colau cuenta a los medios que los apuñalamientos en Barcelona son puntuales. Sí, sí, puntuales pero ya van ocho casos este verano; la fortuna de los Pujol se cifra en 290 millones de euros; los migrantes del Open Arms siguen de aquí para allá sin poder fondear y esperando a que algún país los recoja y asile ante la impotencia de Bruselas; y lo más chocante: Trump pretende comprar  Groenlandia a Dinamarca (2'166 millones de kilómetros cuadrados) ante la risa desternillante de Margarita II,  supongo que de un modo parecido al que en 1867 los Estados Unidos compraron al zar Alexander II de Rusia el territorio de Alaska (1'718 millones de kilómetros cuadrados) por la ridícula cifra de 7’2 millones de dólares, mediante una transacción auspiciada por William Seward, entonces secretario de Estado. Sólo en los primeros cincuenta años de propiedad, los norteamericanos obtuvieron ganancias cien veces superiores al valor de adquisición en un territorio helado aunque lleno de recursos naturales, entre ellos el petróleo. Lo peor para los Estados Unidos es que los rusos, para entonces, ya había esquilmado la población de nutrias. Alaska un día fue de soberanía española español. Borja Cardelús lo explicaba acertadamente en ABC (18/06/17): “Discurría el último cuarto del siglo XVIII, y España se hallaba sólidamente asentada en California con sus Misiones, desde que Carlos III decidió ocuparla para contener el avance ruso y evangelizar a los nativos”. Eran tiempos en los que no se podía precisar con rigor que el Estrecho de Anian conectase el Atlántico con el Pacífico, como se trataba de precisar desde el siglo XVI. Debido a que no se detectó la presencia de rusos-sigue diciendo Cardelús-, España dispuso entonces un parón de las expediciones durante los siguientes diez años, algo que sería letal para sus intereses. Porque el viaje de Cook ‘descubrió’ para Europa la existencia de la costa pacífica norteamericana y su potencial en pieles de nutria marina, comercio sobre el que se lanzaron muchas naciones, además de los recién nacidos Estados Unidos, mientras España, interesada por otras cuestiones de más altas miras como la soberanía y la evangelización, ignoraba tal comercio. El creciente cabotaje internacional en la zona decide a Carlos III a consolidar los derechos españoles, y Esteban Martínez y Gonzalo López de Haro navegan hacia el Norte, descubriendo finalmente no sólo que Rusia pretende establecerse en Nutka, sino que Inglaterra también quiere fijar allí una base comercial. Esto era intolerable para España, que despacha de nuevo a Martínez, esta vez con tropas para ocupar formalmente Nutka y desalojar a cualquier forastero. Llegados a la bahía, construyen el fuerte de San Miguel, se encuentran con dos buques privados norteamericanos, a los que Martínez libera, otro portugués y dos ingleses, que requisa sin miramientos, y apresa a sus capitanes. El conflicto con Gran Bretaña estaba servido. Muerto Carlos III, el nuevo virrey de Nueva España, el conde de Revillagigedo, ordena reforzar el asentamiento de Nutka y la soberanía española en la región. El capitán Salvador Hidalgo, al mando de los Voluntarios de Cataluña, costea por el litoral de Alaska, bautiza un paraje como Valdés, y en el fondeadero de Puerto Córdova desembarca, se amista con los nativos y el 3 de junio de 1790 toma posesión de Alaska en nombre del rey de España. El Imperio español alcanza así su máxima extensión histórica. Al día siguiente llegan los rusos, y no solo Hidalgo los ahuyenta, sino que busca su base de operaciones, en la península de Kenai, y ante su vista iza de nuevo la enseña española, ratificando sus derechos soberanos sobre Alaska. Mientras tanto, ha crecido la indignación británica sobre los apresamientos de Nutka, que a punto estuvieron de provocar una guerra internacional, con España y Francia de un lado e Inglaterra y Holanda de otro. De hecho, España y Gran Bretaña se prepararon para la guerra, que Inglaterra, ya una potencia marítima, deseaba fervientemente para desmantelar la presencia española en la costa pacífica norteamericana, y apoderarse de sus recursos, en especial la pesca y el comercio de pieles. Al final Inglaterra consiguió sus objetivos, no por las armas, sino por los despachos. El convenio se firmó en 1791, pero tardó cinco años en ejecutarse, y mientras tanto la base española de Nutka sirvió de base de operaciones para los barcos británicos, rusos, franceses y norteamericanos, que visitaban en número creciente la zona, además de la expedición científica española de Malaspina. Al final se cumplió el acuerdo. España arrió su bandera en Nutka y desmanteló el fuerte. Alaska y la costa pacífica quedaron como zona libre de soberanía, y poco después los Estados Unidos se harían con ella”.

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