lunes, 17 de julio de 2023

A vueltas con el "protomártir"

 


Hoy, en El Debate, Pablo Campos, nieto de José Calvo Sotelo, hace un elogio novelado de su abuelo, al que durante el franquismo se le llamó “El Protomártir”. Pablo Campos no conoció a su abuelo, fallecido hace ahora 87 años y, por lo tanto, habla de oídas y lanza con el capote revoleras de adorno por quedar bonito en el toreo de salón. Su nieto,digo, aprovechó la entrevista de María Serrano para soltar una perla cultivada: “En un evento de la Real Academia de Doctores, a la que tengo la suerte de pertenecer, citaban a Aristóteles: ‘Un Estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes’. Ese era mi abuelo, un hombre bueno”. Personalmente me quedo con lo segundo. Si las leyes van en contra del Estado de derecho, da igual que gobernante sea bueno o malo, algo que, por otro lado, es subjetivo. A ningún presidente de Gobierno se le pide que sea bueno o malo, sino que gobierne con equidad y eficacia. Calvo Sotelo, que a mí me conste, no era en 1936 jefe de Gobierno sino diputado por Renovación Española. Lo cierto es que desde el mismo día de la proclamación de la Segunda República Calvo Sotelo participó activamente en meter palos a la rueda y en la conspiración golpista, que desembocaría en el golpe de Estado del 17 de julio. Lo cierto es que Calvo Sotelo tenía rabo de paja y ya no se fiaba ni de sus escoltas. Tanto fue así quea principios de julio uno de sus amigos y correligionarios, Joaquín Bau, le regaló un automóvil  Buick “con el propósito de hacerlo blindar, y tres días antes de su asesinato lo estuvo probando el donatario en el Parque del Retiro. Su asesinato, ¿fue acaso una venganza por la muerte del teniente Castillo un día antes? Tal vez, aunque el que estaba en el punto de mira era Gil Robles, al que no encontraron en su casa por estar de veraneo en Biarritz. Lo de ir en busca de Calvo Sotelo fue una segunda opción. Es necesario, y aquí termino, hacer una precisión. Rodolfo Serrano, uno de los dos policías de escolta de Calvo Sotelo, le había dicho el 7 de julio al diputado Joaquín Bau que la Dirección General de Seguridad les había comunicado que su misión no era proteger a los diputados, sino informar de sus pasos y que si se producía un atentado su deber no era detener a los agresores e, incluso, que si tenía lugar en un despoblado debían colaborar con ellos (Thomas, págs. 231-233). Nada justificó ese asesinato, aunque se tratase de un diputado golpista que había sido ministro de Hacienda con otro golpista, Primo de Rivera. Tampoco mereció que en cada pueblo español y capitales de provincia apareciese su nombre en alguna de sus calles. Me pareció un exceso sin precedentes que el dictador le concediese un ducado a título póstumo. Cuando se va por lana se puede salir trasquilado. En su entierro hubo una corona enviada desde Roma por Alfonso XIII. Aquel exrey, que se marchó de España de forma cobarde en 1931, pretendió con aquel detalle sembrar lechugas en un pedregal. Franco se debió reír a mandíbula batiente.


 

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