domingo, 2 de julio de 2023

Atropellos

 

En “El bonito crimen del carabinero”  Camilo José Cela describe que Caga n’a tenda entró en el comedor (con un martillo en la mano) y empezó un discurso que parecía que iba a ser largo, muy largo, diciendo algo parecido a esto: ‘Soy yo, señora; no se mueva, que no le quiero hacer daño; no grite. Yo sólo quiero las peluconas...'. (...)  “Doña Digna y doña Perfecta rompieron a gritar como condenadas. Caga n’a tenda le arreó un martillazo en la cabeza a doña Digna y la tiró al suelo; después le dio cinco o seis martillazos más. Cuando se levantó le relucían sus colmillos de oro en una sonrisa siniestra. Tenía la camisa salpicada de sangre...". Serafín (el compañero de Caga n’a tenda se llamaba Serafín Ortiz y pocos días más tarde aparecería en el Monte Aloya con la cabeza machacada a martillazos). "Mató a doña Perfecta; más por vergüenza que por cosa alguna. La mató a paraguazos, pegándole palos en la cabeza, pinchándole con el regatón en la barriga...”. Lo de Pascual Duarte fue distinto, asesinó a su madre, que es el peor de los pecados, y cuenta  Cela que se abalanzó sobre ella, que la sujetó, que forcejeó y se le escurrió, que gritaba como una condenada, mientras su mujer, pálida, parada en la puerta, no se atrevía a entrar,  que “le arañó, le dio patadas, le mordió el pezón izquierdo, se lo arrancó de cuajo, hasta que pudo clavarle la hoja en la garganta, y que más tarde echó a correr por el campo sintiéndose libre de ataduras". A Luciano Vigaray Noguerol  le  acusaron  de estupro, violación y asesinato en 1949 de una menor discapacitada y de nombre Juliana Perdiguer Pombo, a la que todos en el pueblo llamaban Julianita. Era de Jaén y residía con sus padres en El Fresno, provincia de Zaragoza. Pero describir ahora más datos relacionados con el trágico final de la pobre Julianita sería de gran morbosidad para aquella persona que algún día pudiese desenterrar y leer una por una todas las palabras plasmadas en esta libreta feroz aunque veraz, que bien quisiera enterrar para siempre en la Sierra de Armantes o, mejor aún, en Elim, donde cuanta la Biblia que había doce manantiales de agua y sesenta palmeras, o en el desierto de Sin, que está entre Elim y el monte Sinaí, o en el monte de los Olivos, donde hizo oración el Hijo. Siempre existe un dilema entre camino y caminante cuando hay bifurcaciones. Todas las trochas conducen a Roma pero hay veredas que no llevan a ninguna parte o, peor aún, conducen al borde del cantil, o a ese bosque laberíntico en el que resulta harto dificultoso encontrar la salida. Sucede como con las vivencias. Escribió el siquiatra Carlos Castilla del Pino, en  “Casa del olivo”, que un tal P. D., uno de los que habían fusilado al librero Rogelio Luque, se presentaba a diario en la que había sido su librería, luego regentada por su viuda y el hijo mayor, para hojear durante horas libros religiosos. Rociadme, Señor, con el hisopo, y quedaré limpio.

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