martes, 4 de julio de 2023

La vulgaridad de morirse

 


No pasa un día sin que aparezcan ancianos muertos en su casa. Unos, por el olor desagradable que sale de sus viviendas; otros, porque hace mucho tiempo que no se les veía por las aceras de las calles, o en las tiendas, o en el banco del parque donde charlaban con sus amigos de soledades. Morirse forma parte de la vida, pero morirse en soledad es otra cosa, algo terrible. Hoy leo en El Progreso, de Lugo, que hallan muertos de varios días en sus domicilios a dos lucenses que vivían solos: una mujer en la Avenida de las Américas y un hombre en el barrio de La Milagrosa. Los médicos saben desde hace tiempo que la soledad no es buena para la salud mental, ya que tiene asociadas patologías como la depresión, el estrés, la ansiedad y la falta de autoestima. Por todos es sabido que el número de personas que viven solas está creciendo en todo el mundo. Muchos son ancianos, que se han quedado solos después de la muerte de sus parejas o cuando sus familias se han desentendido de ellos de la forma más inmisericorde. La sicóloga Mayte Vázquez, en su “blog de la sicóloga” (22/10/19), señalaba que “las causas de la creciente soledad no deseada, vienen derivadas principalmente del aumento de hogares unipersonales y nuevos tipos de familias, el descenso de la natalidad, el paro y la precariedad en el empleo, la desnaturalización en el trabajo como fuente de encuentros, la frenética vida en las grandes ciudades y la tendencia a relaciones personales menos duraderas,  factores que pueden llegar a intervenir en el aumento imparable de la soledad, siendo el grupo de mayor prevalencia el de los mayores que en muchos casos, viven y mueren solos en el final de sus días”. En España existe alrededor de 2,5 millones de ancianos con pensiones mínimas, que se sienten olvidados del mundo que les rodea, que son como de cristal, transparentes, que caminan como autómatas, apoyados en un bastón y sin que nadie repare en ellos. Para el Estado, los ancianos son una rémora en absoluto productiva y que causa grandes desembolsos de dinero público a la Seguridad Social. Es una etapa de la vida donde ya no queda futuro y donde el pasado se desdibuja como cuando se mira a la calle a través del cristal de una ventana empañado de agua de lluvia. Los amigos están casi todos muertos, y la familia se desentiende hasta el momento de la herencia, si es que hay algo que heredar. Cuando el taxímetro de la vida se detiene, al abuelo difunto se le entierra a mayor gloria de hijos, nietos “y demás familia”, como pone en las esquelas del  ABC. Tenía razón Cela cuando decía aquello de que “morirse es una vulgaridad”.

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