A mi entender, que venga Juan Carlos de Borbón a España no me parece que sea noticia de
interés para casi nadie. Puede ir Galicia o a donde le venga en gana. Lo que sí
interesa a los españoles, y mucho, es cuánto nos cuesta cada viaje en términos
de seguridad. El diario El País va
más lejos y cuenta que “prepara su regreso a España definitivamente si gana Núñez Feijóo”, El Debate señala que “su regreso
definitivo no es posible, de momento, porque se le impide residir en la
Zarzuela”, y en El Nacional, se informa de que el motivo de querer quedarse en
España es ”por cuestiones de salud”. Dan
igual los motivos que le lleven al Emérito
a tomar esa decisión. España es un Reino pero la vida de los españoles no debe estar
condicionada a la forma de Estado adoptada en la Constitución del 78 y ni a los
avatares de alguien que, como aquel coronel de García Márquez, esperaba el pago de una pensión prometida que nunca
llegaba y que jamás se separaba de su gallo de pelea, lo único que le quedaba
de valor. El rey emérito espera en Abu Dabi a que algún día los españoles le
reconozcan su papel durante la Transición y se olviden de aquello que le llevó
a su abdicación el 19 de junio de 2014 en un austero acto en el Palacio Real
por su “conducta no ejemplar”. Pero ¿dónde están hoy los juancarlistas? La respuesta, si acaso, solo puede encontrarse en el
murmullo del fondo de una caracola marina llena de interferencias, como aquella
“Radio Pirenaica” donde se achuchaba
a Franco. Los juancarlistas se disiparon como el agua en un charco. La gente está
en otras cosas. Todos saben, al contrario de lo que creía Ramón, y así lo expresó en una greguería, que las estrellas de mar
nunca volverán al cielo.
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